El Gran Collantes

12 de noviembre 2025 - 03:12

Pues sí, el Gran Collantes vino a la presentación de mi libro el otro día. Yo dudaba si vendría o no. Casi siempre y al final todo lo que esperas no se produce y lo que no esperas se produce. Yo hacía reflexiones a cada minuto y todos los días antes, esperando lo peor e ir ya con la batalla perdida de antemano e ir pensando en lo mejor e ir esperando grandes cosas. Al final fui con las dos cosas al mismo tiempo pero casi más la primera. Y finalmente no fue ni la una ni la otra. Fueron los que tenían que ir y no fueron los que no iban a ir, aunque no lo hubieran dicho. Pero el Gran Collantes, Martin Collantes, fue. Y fue con su mejor chaqueta azul y llegó perfectamente a tiempo. Salió todo como más o menos estaba previsto. Si cabe mejor de lo que estaba previsto. No hubo fallos con los micros, ni con las gafas, ni con la gente molestando, ni titubeos para encontrar el papel, ni disertaciones aburridísimas sobre literatura, ni preguntas de quién o no había leído el libro, ni rollos políticos, ni explicaciones de mi vida, ni idas ni venidas. Hasta sonó con perfección milimétrica el móvil del Gran Collantes que fue inmediatamente apagado. En una presentación, concierto, charla, conferencia, evento o espectáculo, si no suena un móvil falta algo. Es como un apagón extraño, una fría perfección atemporal, una gélida muerte de la carne electrónica. Que suene un móvil es al fin y al cabo lo más humano y cálido que existe. Hay alguien al otro lado. Incluso el Gran Collantes hizo gala de su curiosidad al preguntar sobre ese haiku misterioso. Tantos hay en el libro y varios ya han preguntado por ese. Incluso después nos acompañó a las cervezas, el vino, el jamón, esa novedosa forma de servirlo en ese viejo y nuevo bar, las calles, con terrazas interminables llenas de gente, que, aún no lo han hecho, y quizás nunca, se pregunten qué significa ese haiku. Inmersos en su tarde celestial infernal de bares y lugares, placeres cool, lejos de los tugurios, en el centro del centro. Luego fuimos con otros más, después de los seres del mar devorados en apretadas mesas, raudos a seguir la francachela, prestos a ir a los sitios más exquisitos, donde la gente más in aprovecha el presente mundano, lejos de los haikus y los enigmas. Íbamos a subir al cielo de Almería pero, al final, el Gran Collantes dijo que se iba y sólo subí yo, con los demás, cegado por el sol a lado de una piscina.

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