El Greco arquitecto

02 de octubre 2025 - 03:10

La singularidad de la obra pictórica del Greco, de exaltado e inconfundible estilo, como una suerte de coda apoteósica del manierismo nacido en Italia, hace olvidar muchas veces su labor como escultor y arquitecto. Formado en Venecia y Roma con los grandes, adquirió desde muy pronto una conciencia de “artista total” a la usanza italiana. Como escultor han llegado pocos ejemplos de su labor hasta hoy, pero todos ellos verdaderamente notables y personales en el campo de la madera policromada. El Cristo resurrecto del Hospital Tavera y los Epimeteo y Pandora del Prado quizá sean los mejores. En ellos, como sucederá también en su arquitectura, El Greco asimila el alma del estilo castellano, más duro y deformante, casi expresionista de un Junio un Berruguete, con el clasicismo apolíneo bebido en Italia, de una sensualidad ajena por completo a lo español. El humanismo renacentista del Greco será una constante de su producción, un orgullo adquirido en Italia que llevará con altivez durante toda su existencia. Como arquitecto se dedicó principalmente a la traza de retablos que después albergaban sus pinturas y colaboró con su hijo Jorge Manuel, notable arquitecto en la Toledo de la época, y sobre todo con Vergara el Mozo, el más sobresaliente en la Castilla del pleno Renacimiento, en las postrimerías del siglo XVI y el comienzo del XVII. A este último se deben las arquitecturas de las iglesias de Santo Domingo el Antiguo, la iglesia del Hospital Tavera y la del Hospital de la Caridad de Illescas. Para todos ellos diseñó El Greco abundantes retablos, por lo general completamente dorados, sin estofados ni pequeñas decoraciones, con un estilo manierista bebido en la ciudad de la laguna, de severas y monumentales proporciones, de un clasicismo depurado ajeno por completo a las ornamentaciones platerescas de lo español. Sus retablos son maquinarias visuales potentísimas, muy poderosas y simplificadas, que usan libremente las enseñanzas de Palladio para subvertirlas cuando precisa, rompiendo frisos, elevando arcos de intercolumnios hasta las cornisas, truncando frontones o robusteciendo hasta el paroxismo las pilastras duplicadas o triplicadas, en una suerte de expresionismo miguelangelesco verdaderamente revolucionario para la España de la época. Esta libertad puede emparentarse con la relajación estilística del clasicismo castellano, pero mientras que en éste es fruto del desconocimiento del discurso y proporciones de los órdenes, en el Greco es una transgresión consciente y deliberadamente sabia.

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