La guerra de San Marino

06 de diciembre 2025 - 03:08

Ahora que acaba de morir Alfonso Ussía, me acuerdo de un hecho que sin duda le habría gustado conocer y que no sé cómo se le pasó por alto, ya que Ussía tenía un olfato infalible para captar esta clase de historias que eran ciertas aunque parecieran justo lo contrario. Bien, el caso es que un día de 1940, la Serenísima República de San Marino, impulsada por un súbito acceso de patriotismo, declaró la guerra a Gran Bretaña. Pero justo cuando los mandatarios del Gran y General Consejo de la Serenísima República de San Marino acababan de anunciar al mundo entero la declaración de guerra, un archivero local encontró un documento polvoriento que aseguraba que la Serenísima República de San Marino estaba en guerra con Alemania. ¿Cómo que en guerra con Alemania?, preguntó uno de los dirigentes de la Serenísima República, descendiente por línea materna del gran Segismundo Pandolfo Malatesta, señor de Rímini y fundador de la Serenísima República. Pues sí, estamos en guerra con Alemania, le comunicó haciendo una reverencia el diligente archivero. Por lo visto, San Marino había declarado la guerra a la Alemania del káiser en 1914 –también impulsada por un fogoso acceso de patriotismo belicista–, pero luego se había olvidado de firmar los acuerdos de paz de 1918, así que en 1940, San Marino también estaba oficialmente en guerra con la temible Alemania nazi de Hitler. La cosa era grave. La Serenísima República de San Marino contaba con un poderosísimo ejército de 956 hombres, casi todos bomberos y policías de tráfico y pensionistas que guardaban en su casa un casco y una carabina y un morral de cazar conejos, así que no era muy prudente meterse en una guerra a dos bandas contra la Gran Bretaña de Churchill y contra la Alemania de Hitler, por muy aguerridos y disciplinados y valerosos que fueran los 956 soldados de la Serenísima República (cosa que, por supuesto, nadie dudaba). Así que el Gran y General Consejo de San Marino –ese intrépido país que ni Churchill ni Hitler sabrían situar en un mapa– tuvo que enviar urgentemente a Londres otro telegrama anunciando que cancelaba por decisión unánime e irrevocable la declaración de guerra que acababa de emitir. Supongo que en el Foreign Office respiraron aliviados al recibir la noticia.

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