La ciudad y los días
Carlos Colón
Vuelve la nunca ausente
La memoria y el sentido de la moral, Latero, comunican con el exterior a través de las dos ventanitas de la nariz. Por lo que se refiere a la memoria, cualquiera puede comprobar que los olores constituyen un misterioso resorte que hace sobrevenir en el alma recuerdos diríase que olvidados para siempre. Entro en un hospital, un poner, y así que percibo el miasma que despiden los productos de limpieza e higiene de los pasillos y habitaciones mal ventilados al contacto con los efluvios que despiden los cuerpos acorralados por el dolor, la soledad y el miedo, me violenta la súpita evocación de algún capítulo de mi vida donde esos olores sellaron el testimonio de la agonía o trance mortal de un ser querido. No lo puedo evitar. ¿Y la moral? ¿Qué tiene que ver con el olfato? te preguntarás, Latero. Mira, no soy sabio para ofrecerte una cumplida respuesta, pero los tiros van por la clara certidumbre de que los conceptos de bueno y malo se anclan respectivamente en nuestro organismo a través de las sensaciones olfativas que oscilan entre el aroma y la peste. De ahí que piense que el infierno no debería simbolizarse con un horno sino con una cloaca. ¿No te ríes, Latero? ¡Qué frío eres! Escucha, Latero, siendo yo un niño, estas solitarias calles huérfanas de niños por las que ahora transitamos como una exhalación, olían a pan recién horneado, a lumbre de leña de almendro, a establo, a corral, a palomar, a cobertizo, a carroña, a salazones de la matanza, a cagarrutas de cabras, a estiércol equino, a macetas de albahaca y geranio, a matas de romero y tomillo apañados en los laderos del monte, a meada de perro o de borracho, a escurrajas de uva, a metal oxidado, a aceite de motor, a la resbaladiza resaca de jabón lagarto en el lecho del pilón vaciado, a húmedo juego de cama tendido de la cuerda, a tierra en la que unas manos curtidas pero tiernas de mujer acaban de rociar agua de un cubo para que el viento no levante polvo, qué sé yo…, ¡a vida! Ahora no huelen a nada. Igual que tú, Latero. La anosmia burguesa ha convertido el mundo, incluidos pueblos como este, en un gran inodoro, ya se tome la palabra como adjetivo (que no tiene olor), ya como sustantivo (aparato sanitario para evacuar excrementos y orina). Detrás del exterminio de los olores, yo veo una guerra sin cuartel contra la moral y la memoria. Pero, bueno, ¡a ti que te voy a decir, si no eres más que un patinete eléctrico importado de China!
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