Comunicación (Im) pertinente

Francisco García Marcos

La otra inquisición

Aguantar a este gente en un mismo consejo de ministros, desde luego, no está pagado

Apolicarpo C. se lo llevaron a la capital para quemarlo vivo en la plaza mayor. Un donjuán tan persistente y afamado merecía un escarnio aleccionador. La general de la Santa Inquisición Feminista ni vacilaba ni le temblaba la mano. A Rogelio M. ordenó que le aplicaran la garrucha. Aunque sus vecinos testificaron que había sido homosexual desde siempre, el caso es que no se le conoció novio jamás. Ante la duda, le ataron las manos tras la espalda, lo elevaron con unas poleas y lo dejaron caer para que se descoyuntara. No lo remataron, pero le amputaron el pene, para evitar malas tentaciones futuras. A Juan S. lo cogieron besándose con Ana C. Les aplicaron la pera para mutilarles sus órganos genitales. Los abandonaron en una cuneta, por separado, donde terminaron desangrándose. Fabular esas cosas puede resultar hasta desagradable. Pero me surgen espontáneas cuando oigo, o leo, planteamientos hilarantes, como las últimas declaraciones de Ángela Rodríguez (Pam). La Secretaría de Igualdad lamentaba hace unos días que "el 75% de las mujeres prefieran la penetración a la estimulación". Las feministas oficiales parecen estar empeñadas en resucitar la caza de brujas. Están molestas con la regulación de la transexualidad porque la consideran una impostura femenina. La heterosexualidad también está mal vista, en función de una tremenda tabla de equivalencias que considera esa opción sexual como una consecuencia del patriarcado. Todo esto, además, me produce un inevitable desánimo. Es la transcripción fehaciente de que el progresismo ha retrocedido de modo dramático, fagocitado primero por el pensamiento posmoderno, después por el lenguaje políticamente correcto y finalmente por la expansión indiscriminada de las sociedades líquidas. La comparación con Alexandra Kollontai, su praxis y sus ideas resulta tan ilustrativa como desalentadora. La primera mujer en la historia al frente de un ministerio fue persona de decisiones firmes y extraordinaria claridad de ideas. También en lo concerniente al apartado de libertades sexuales que debía proteger el estado: todas sin distinción, el amor libre en cualquiera de sus opciones, sin cortapisas y sin jerarquías entre ellas. Más de 100 años después, en España Pam (y similares) devuelven el pensamiento progresista a la época cavernaria de los estigmas sexuales. Han cambiado los destinatarios de esos estigmas, es verdad, pero no deja de ser una atroz chapuza histórica seguir manteniendo alguna cortapisa en ese ámbito. En fin, todo esto, en el fondo, engrandece la figura de Pedro Sánchez. Aguantar a este gente en un mismo consejo de ministros, desde luego, no está pagado.

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