Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Fue su aliada y su perdición. Se sirvió de la red social Instagram para su actividad delictiva, porque a través de ella contactaba y creaba el ambiente propicio para luego agredir sexualmente en repetidas ocasiones a una de sus alumnas, de solo 13 años. Pero Martiño Ramos Soto, huido de la justicia española y afincado en Cuba, no pudo contener su fervoroso impulso de instagrammer y, a pesar de la clandestinidad, se abrió un nuevo perfil para difundir su intensa nueva vida social en la isla caribeña y hacer nuevos contactos, posibles nuevas víctimas o nuevas candidatas.
Así fue como la Policía española dio con él, lo que ha propiciado su detención en aquel país esta semana, a la espera de una posible extradición a España. Aquí le aguarda una condena de 13 años de cárcel. Allí, a saber, porque las pistas que ha dejado sobre sus andanzas durante estos más de cuatro meses no son alentadoras. Se movía entre el mundo de la cultura y la farándula y con su cámara de fotos tomaba imágenes de chicas jóvenes y guapas a las que luego les pedía su instagram para pasarles el reportaje. Sólo tuvo la precaución de cortarse el pelo y cambiarse el nombre en el nuevo perfil, pero ni siquiera mucho. Sus características canas y otros rasgos físicos seguían a la vista (podía haber puesto la foto de una tortuga o un dibujo) y además el nombre elegido era también el suyo, pero castellanizado y con el apellido materno por delante: Martín Soto.
Las redes no son sólo adictivas, también pueden ser autodestructivas. Pero desde luego son, como se puede comprobar en cada caso parecido del que nos hacemos eco los medios de comunicación, un instrumento idóneo para los delincuentes sexuales, especialmente los que tratan de engañar a menores o a personas que pasan por momentos de debilidad emocional, o ambas cosas a la vez. ¿No tienen responsabilidad alguna estas grandes empresas? Martiño (o Martín) abrió su nueva cuenta en Cuba con una sentencia firme y, pese a la advertencia expresa en las normas de uso de esta red social (“No puedes haber sido condenado por delitos sexuales”), parece que no encontró obstáculo por parte de la tecnológica, que en otros asuntos más comerciales no tiene dificultades para estar al tanto de nuestras andanzas. Mi Instagram sabe de lo que hablo, de mis gustos y de mis preocupaciones. Pero de Martiño, de muchos otros como él y del sufrimiento de tantas víctimas parece no tener constancia alguna. No lo sabía, claro.
También te puede interesar
Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Utopías posibles
Silencio personal y movilización social
Opinión
Aurelio Romero
Otro cambio de opinión
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática