Paisaje urbano
Eduardo Osborne
La senda de Extremadura
La felicidad de los pasajeros de la Terminal de Barajas que por allí pasan choca de frente con las expresiones de cansancio y aspectos de centenares de personas sin techo que pernoctan cada dia en la planta mas profunda del aeropuerto de Barajas, arrinconados en un espacio oculto a los pasajeros de la T4, no tan invisibles como los que viven en asentamientos a escasos metros de la M-30, los que se refugian al atardecer bajo el puente de Las Ventas, al lado de la plaza de toros de Madrid, o los que duermen sobre colchones de gomaespuma y cartones en cuchitriles contrachapados y poliexpan de la A-2.
Ese circuito de los sin techo avanza y sus historias se parecen a los que esperan el caer de la tarde refugiarse en los parques de Almería para dormir sobre los bancos donde, horas antes, las madres conversaban con las madres del banco de enfrente mientras sus hijos trepaban por los cachivaches infantiles. Los veo por las Almadrabillas, el Paseo de Almería, bajo los soportales de Artés de Arcos. Aquellos y estos más que vidas en ciudades fragmentadas son seres unidos en las ciudades por un tiempo roto que escriben cada día un susurro colectivo en la partitura invisible de la indiferencia. Unos y otros son el resultado de la precariedad laboral, problemas de salud mental o física, inmigración o exclusión social, españoles o extranjeros, pero todos fuera del radar de los servicios sociales municipales que no disponen de un censo actualizado que identifique patologías y defina el perfil de los afectados.
Yo veo cada día los rostros lastimados de hombres y mujeres como una placa de frio sólido y maligno, un frío como un insulto, atravesar sus cuerpos. Son seres sin una linea de horizonte que marque una esperanza, unos entre los inflexibles muros del subsuelo de barajas y puentes de Madrid; otros, los de aquí, los nuestros, acurrucados ante el peso de la noche cayendo a pico sobre hombres y mujeres que te miran con ojos como lunas, rostros cargados de historias cuyo interior es el interior de un horno cubierto de cenizas, gastadas por el horror de dormir sin techo, huérfanos de afectos que alguna vez arrastraron todos los sueños del mundo.
Pregunta en cualquier administración pública. Todos acomodarán sus palabras al mismo horror que sientes, a la necesidad eficiente de gestionar el espacio público y a la necesidad de actuar porque forma parte de los principios, pero ninguno dirimirá sobre el otro eje de actuación: razones humanitarias ante la clamorosa invisibilidad que pesa como un rugido sobre ellos.
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