En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
En el ADN fundacional de la izquierda, desde sus orígenes con el pensamiento de los ilustrados franceses, los antiguos liberales y los movimientos revolucionarios que sepultaron el Antiguo Régimen y propiciaron el advenimiento del mundo contemporáneo, está la lucha por la igualdad entre los hombres, la eliminación de todo tipo de fronteras y barreras y la pelea contra los signos identitarios y nacionalistas de los pueblos. La autodenominada izquierda española, en cambio, desde el fin de la dictadura, ha visto siempre con buenos ojos y cierto amor maternal a los nacionalismos periféricos, especialmente a los más feroces y supremacistas, como el vasco y catalán. La causa de ello está, probablemente, en lo bien que los gerifaltes de estos nacionalismos –pertenecientes siempre a una burguesía adinerada e insolidaria, a la que solo ha interesado su interés económico personal- han sabido vender a las clases más modestas de un pueblo ignorante un discurso victimista, por el que el régimen franquista persiguió sus derechos y libertades, sus signos identitarios y su idioma. Y en este caldo de cultivo, surgieron partidos políticos hermanos, autoproclamados de izquierdas y nacionalistas con idénticas aspiraciones separatistas, pero de clara filiación violenta y terrorista, con los resultados históricos conocidos. En realidad todo está construido sobre una gran mentira, pues a los grandes burgueses catalanes y vascos, los adinerados comerciantes y empresarios, les ha ido muy bien con todos los regímenes políticos españoles desde finales del XIX, incluyendo también a la dictadura franquista. Y jamás han sentido el menor apego por su pueblo, solo para explotarlo y hacer crecer con ello su riqueza privada. Y lo mismo podría decirse con su cultura identitaria o su lengua, de las que solo se han acordado por puro interés personal y consecuentemente las han usado para colocar su discurso, adormecer y engatusar a una gran masa indocta y enfebrecida, y propiciar y demandar así un estatus de independencia para no tener que rendir cuentas ante la justicia española y ante nadie. Su pretensión es, obviamente, el estado totalitario a su antojo, desde el que ellos, intocables y absolutos, no se someten a control alguno. Sucede siempre con todos los nacionalismos; surgen de la riqueza de unos pocos y su consecuente estatus de superioridad racial. Los pueblos pobres nunca piensan independizarse; andan ocupados en procurarse la supervivencia.
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