Ni es cielo ni es azul
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Ser una persona influyente en las redes sociales no te hace mejor, sino más seguida. Tener muchos seguidores tampoco te hace mejor, sino más adinerado. Y declarar ocurrencias más o menos acertadas tampoco te convierte en oráculo, pues la sabiduría dista de la ocurrencia, incluso del ingenio. De modo que, en lo manifestado con brevedad, caben tanto la sabiduría como la torpeza. Julián Marías y Javier Marías, lectores y escritores excelsos, llevan a uno de los pocos casos en que pueden intercambiarse, por su compartida genialidad, las primacías de las identidades emparentadas. Así, tanto importa el hijo de Julián Marías como el padre de Javier Marías. Afirmaba Julián, el padre, con evidente pesar, la improcedencia de los modos y maneras de reconocer fama y notoriedad, pues suelen alcanzar este último estado quienes no solo carecen de grandes méritos, sino que en modo alguno son relevantes las obras o motivos que explican tal distinción social. Y su hijo, Javier, que nos dejó demasiado pronto -aunque el legado vicario de sus novelas consuele la ausencia y la añoranza con la reconfortante y evocadora memoria de la lectura-, escribió que “es mejor no preguntar lo que en ningún caso va a ser respondido, o no con la verdad”. Pues bien, esa significación, poco justificable por la relevancia de los merecimientos, mas sí por la devaluación social de la excelencia, hace que algunos dichos de personas influyentes, por razones menores, generen debate, controversia y opinión. Tal puede ser, entonces, el propósito de sentencias como esta, ya algo conocida por comentada: “Que os guste leer no os hace mejores”. Se trata, además, de una sentencia moral, pues se refiere a conductas o acciones de las personas, considerado su obrar en relación con el bien o el mal -aquí con el ser mejores-, en función del modo en que ello configura su vida personal y, sobre todo, la colectiva que resulta de vivir en sociedad. Leer, por tanto, no es una acción moral, sino una voluntad animada por los provechos que resultan de la lectura, un hábito que se ejercita con valiosa reiteración, una respuesta al atractivo reclamo de las páginas que confortan, ilustran y aprovisionan el entendimiento. Cierto, todo ello no hace necesariamente mejores a los lectores. Pero del dicho susodicho -permítase el juego de palabras- también se infiere que no son mejores quienes rechazan la lectura. Pues esta, en suma, no nos hace mejores o peores, sino distintos.
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