Crítica literaria
Francisco Bautista Toledo
La Unión
Una camada de gatos abandonados mueve la voluntad, a veces de quienes asimismo padecen los estragos del abandono, ya metidos en años y afectados por los contratiempos de la vida infausta. Cuidarlos se convierte, así, en una tarea que ocupa el tiempo vacío de las horas muertas. O, quizás mejor, en una compañía que distrae el ánimo y esquina las perturbadoras disposiciones de la soledad. Todo ello por el atractivo de estos mininos que habrán de crecer -si los cuidados prosiguen y los atropellos faltan- y hasta parecerse al inolvidable gato Silvestre, de la creativa productora norteamericana Warner Bros, que intentaba repetidas veces atrapar, para devorarlo, al canario Piolín. Hay que tener algunas décadas en el almanaque de los años cumplidos para recordar esos dibujos animamos, cuando las televisiones no eran inteligentes y solo contaban con un par de cadenas a las que se accedía pulsando un poco sofisticado botón, sin mando a distancia. Por eso la añoranza hace que reverbere, como un eco del tiempo de los pocos años, la expresión característica de Piolín cuando advertía la acechanza de Silvestre: “Me pareció ver un lindo gatito”. Burlona declaración, entonces, y ajena al reclamo de esta camada callejera de michinos abandonados. Sin embargo, lindos gatitos habrán sido para quien dio con ellos y los tiene bien cerca.
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