La madre de Brian ha muerto

Se lo debieron de pasar en grande perpetrando sus golpes de estado espiritual

Mientras escribo estas palabras, aún echa humo la noticia de que la señora Cohen, madre de "Brian al que todos llaman Brian", ha fallecido. Decía que su hijo no era del señor Cohen, sino de un centurión de la guarnición de Jerusalén, por nombre Pijus Magníficus, fantástica traducción del inglés "Biggus Dickus". Hoy quiero dedicar mis palabras a Terry Jones, uno de los miembros originales del grupo británico Monty Python, una especie de Beatles del humor. El año pasado se cumplieron cuarenta años del estreno (¡Cuarenta ya!), que no anduvo exento de polémica: de hecho, el director de la productora, cuando leyó el guion, se negó a autorizarlo y hubo de ser el Beatle George Harrison el que, tras hipotecar su casa y crear una compañía, salvara el proyecto y permitiera a Terry dirigir una de las sin duda más hilarantes comedias de la cinematografía mundial.

Los Monty eran un grupo absurdo, genial, imprevisible y aristofánico que, desde su "Flying Circus", emitido por la BBC (¡Aquellos locos iconoclastas en una televisión pública, imagínenselos hoy!), consagraron un tipo de humor no apto para cualquier público. No hicieron muchas películas ni muchas series, pero sin duda que se lo debieron de pasar en grande perpetrando sus golpes de estado de ánimo con la constante sátira y demolición de una sociedad conservadora, almidonada y enemiga de la frivolidad que, con su cuello estirado, modales refinados y mohín displicente, se veía demolida por una oleada de libertad personal que hizo de aquella Inglaterra el ideal de quienes nos hemos declarados anglófilos impenitentes, en parte gracias a aquella manera de enfrentarse a un mundo en decadencia.

Hoy no sería posible estrenar una película como "La vida de Brian" sin que surgieran como champiñones las querellas por atentado contra los sentimientos religiosos. Tampoco descarto que se exigiera en las redes la supresión inmediata de la escena de la clase de educación sexual de "El sentido de la vida" (les faltó en aquella secuencia que las familias de los niños cloquearan la implantación de un veto parental). Nada cambia y todo queda: al ateniense Aristófanes se le permitía un humor político que a Menandro y, bastante después, al romano Plauto se les negaba. Quizá es que el humor remueve el corazón y despierta conciencia política o que unos pueden reírse de cualquier modo y a otros no se les permite. Rideat In Pace, Ría En Paz.

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