NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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H ACE un año murió. Estaba jodidamente cansado, se refugiaba junto al espigón de San Miguel mientras las gaviotas atravesaban su mirada fija en el horizonte. La edad hace tiempo empezó a causar estragos en su cuerpo revejido y cada día se hacía más implacable su deterioro. La vida le pesaba y “siento -me decía- como si se abriera una grieta al final de mi vida”. Una ráfaga de mala suerte le llevó pronto a enfrentarse a la enfermedad y buscar respuestas en la esperanza, pero el fuego de su enfermedad encontró demasiado pronto sus cenizas.
No se sintió con ánimo para insistir su urgencia a la sanidad pública y, otra vez su mala suerte, le aparcó a un protocolo de espera de dos años. Acostumbrado a la resignación a nadie exigió responsabilidades de tamaño desamparo, ni de tenerlo atado a su mala suerte, ni a una injusta espera que le anticipó el final por culpa de una maldita racionalización de la sanidad, traducido a recortes de asistencia.
Recuerdo con respeto a este hombre bueno, con el cariño que se le tiene a quien cambió el horizonte de cientos y cientos de vidas desde su escuela rural, con el que crucé tardes eternas entre el espigón de San Miguel y el humilde salón de su casa donde vi cómo los latigazos de la enfermedad estremecían su cuerpo. Su médico de la pública le recomendó acudiera la privada.
Vuelan mis recuerdos hacia los días felices del pasado. Fue el espejo donde yo me miraba durante aquellos años casposos del franquismo con el que atravesé la transición a la democracia; yo entregado a mis sueños literarios, él, entregado a cientos de niños, hijos de campesinos, a los que enseñó la magia de las letras de la palabra democracia, que ellos juntaban.
Apenas un noviazgo y, otra vez la mala suerte, le llevó a llorar la muerte de la mujer a la que amó. Tan solo le quedó una humilde casa donde refugió su soledad. Finalmente, su mala suerte la zanjó la Junta de Andalucía con la frase “optimización de recursos”, esas medidas que algunos gobiernos adoptan contra el derecho de los pobres, que se llaman “soft power”, recortes a la sanidad, que son equivalentes a aquellos bandoleros que asaltaban los caminos, los saqueaban y luego los dejaban maltrechos al borde del camino. Sin embargo, el médico que le atendió me dijo que todo fue mala suerte, no la causa de una batalla ideológica. Es interesante ver la relación de algunos facultativos con la sanidad: creen que con dinero se puede comprar la vida misma.Triste, ¿verdad?
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