Ciudadano A
¿Quién puede matar a su hijo?
Amedia mañana del 26 de abril de 1974, un padre y su hijo de siete años aparecían muertos en el interior de un cortijo a seis kilómetros de la barriada nijareña de Campohermoso. El padre de 33 años se suicidó cortándose las venas después de envenenar al menor con pesticidas de los que se aplicaban entonces a los cultivos agrícolas que había mezclado en su comida. Le ocasionó la muerte fulminante antes de quitarse la vida. La esposa del asesino y madre del niño avisó a su hermano preocupada porque no volvían y cuando fue a buscarlos se encontró una escena dantesca. Aquel horrible crimen es uno de los primeros filicidios documentados en la prensa de la provincia por la enorme conmoción que provocó en la sociedad esta maldad humana tan incomprensible por la que una persona inflinge daño a alguien tan débil e inocente como su propio hijo, sangre de su sangre, un ser por el que cualquier padre o madre daría la vida.
Decía el filósofo e historiador R. G. Collingwood que “la única pista de lo que el hombre puede hacer es lo que el hombre ha hecho”. Desde aquel trágico suceso del campo de Níjar ha pasado más de medio siglo y la negra lista de filicidios no ha dejado de crecer. Es una tipología criminal de baja frecuencia, prácticamente residual en la estadística de homicidios, pero cada cierto tiempo se produce un nuevo episodio en el que progenitor que arrebata la vida de su descendiente convulsionando a la provincia y quedando siempre grabado en el imaginario colectivo.
¿Quién puede matar a su hijo?. En un importante número de ocasiones se ha asociado a la violencia vicaria por la que un hombre quiere ejercer daño a su pareja, pero otras veces el rol asesino lo ha ejercido la madre. Ocurrió en 2010 en una pedanía de Sorbas cuando una mujer asfixió a su hija de cuatro años y mató a su madre a hachazos semanas después de divorciarse. Y en 2019 en Huércal cuando el pequeño Sergio de 7 años perdía la vida estrangulado con el cordón del albornoz por su progenitora que fue condenada a la pena de prisión permanente revisable. Esta crueldad y malicia no entiende de género, ni de edades, ni responde a un patrón social, racial o económico. En Garrucha sigue el dolor y luto de los conmocionados vecinos por la muerte de un niño de 4 años, con síntomas de agresión sexual y violencia, con implicación directa de la madre y su novio. Otra víctima, otra pista de lo que puede hacer el hombre.
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