Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Hay siempre algo de nostalgia y agradecimiento por los servicios prestados cuando un maestro del toreo se retira. La mayoría de ellas son presentidas, y muchas anunciadas con antelación, porque generalmente cuando un torero se va lo ha dicho ya casi todo, y el hueco que dejará no tardará demasiado en cubrirse.
Pero le retirada por sorpresa de José Antonio Morante de la Puebla el domingo en Las Ventas tiene unas connotaciones que la hacen distinta a las demás. Por su personalidad, por su corte de torero total, por su influencia en los nuevos aficionados, pero sobre todo por su posición de garante de la Fiesta. Morante, aparte de su ascensión a la categoría de máxima figura del toreo de todos los tiempos, sobre todo tras su última época, era también reconocible como dique de contención ante los ataques a los toros, hasta el punto de hacer dudar a muchos aficionados de su vigencia sin él. Valgan dos detalles del mismo domingo. Por la mañana, se celebró un emotivo festival al estilo antiguo que él mismo patrocinó, en homenaje a Antoñete. Y si hoy Madrid cuenta con un monumento en honor de su torero por antonomasia, es solamente por su firme decisión, adelantando el dinero y solventando todos los engorrosos trámites burocráticos que este tipo de actuaciones conlleva. Por no hablar del coste artístico asumido al prescindir de los manejables novilletes de Garcigrande para lidiar uno alunarado de Osborne, en recuerdo de aquel Atrevido que encumbró al madrileño en el lejano San Isidro del 66. Esos detalles, como el vestido lila (chenel, en castizo) y oro que vistió por la tarde, sólo pueden caber en la cabeza de genios como su admirado Joselito el Gallo.
Morante, con su atormentada figura de artista sin filtro, ha reconstruido sin pretenderlo toda la historia del toreo en su vastísima tauromaquia, multiplicando su difusión pese a las resistencias de la cultura oficial y, lo que es más importante, transmitiéndolo a los más jóvenes. Tal es su legado, de ahí el estado de depresión que despedían los móviles anunciando desconcertados su marcha. ¿Se acabó el toreo? Yo no lo creo, como tampoco descarto su vuelta pasado un tiempo, pero lo que resulta inobjetable es que, si en estos últimos años hemos creído ver un cierto revival de la Fiesta, ha sido en gran parte gracias a su portentosa figura.
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