OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
Sorprende, en los últimos años, el auge hiperbólico en una parte de la sociedad, de las celebraciones religiosas que ocupan el espacio público de pueblos y ciudades; la aparición de nuevas cofradías para la Semana Santa o la potenciación de eventos y tradiciones preexistentes, en una suerte de crescendo o delirio colectivo, sin precedentes históricos conocidos. Una mezcla entre lo pagano y lo religioso, y entre lo institucional, lo turístico y lo concupiscente. Las festividades tradicionales cristianas, en su ámbito de religiosidad popular, aparecen así renovadas y engrandecidas en un marco nuevo, vacío de contenido religioso real, doctrinario o teológico, incluso ajeno a toda ideología política, que celebra, en el fondo, la nada más absoluta, la tontuna o estulticia de una sociedad profundamente decadente y estúpida. Por ello, no es de extrañar que representantes políticos de todos los colores se apunten al carro de la fiebre desatada y participen y apoyen activamente todas estas manifestaciones. Resulta paradójico ver a ciertos representantes de la autocalificada como izquierda, históricamente contraria a la exaltación de lo religioso en el espacio público-aconfesional, asistir a todos los fastos, incluyendo las primeras filas de los oficios y ritos que se celebran en el interior de los templos junto a los ministros de la Iglesia. La cosa no es nada nueva, pero ha adquirido ahora unas proporciones siderales. Viene de lejos que las distracciones o principales forma de ocio de la grosera turba española sean disfrazarse, sacar el santo a la calle y acudir al bar. Disfrazarse de lo que sea, ya sea para el carnaval, la cuaresma, la Semana Santa, la feria o las fiestas patronales; de manola, penitente, templario, Piolín o Spiderman, todo es en el fondo lo mismo. Acompañando sacan las máscaras el muñeco a pasear, a darle una vueltecita; la Virgen y el Señor, el Santo y la santa, la sardina o la carroza, y sus majestades de Oriente. El objetivo es lucir plumajes y divertirse; acabar en el bar comiendo y bebiendo como si no hubiera un mañana. Pero a las instituciones y sus representantes políticos parece que les interesa ahora más que nunca potenciarlas y darles rango de alta cultura. El postureo religioso es una vertiente más del populismo político y del ejercicio de la demagogia. Durante el franquismo el nacionalcatolicismo anestesió a una torturada y hambrienta sociedad. Ahora el es municipalcatolicismo el que une a todos los necios ociosos, los tontos de capirote.
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