OPINIÓN
Los minutos que pueden costar una vida
Cultivo milenario por excelencia, el olivar posee una fuerza extraordinaria en España. No sólo por su peso económico, sino, sobre todo por el empleo que genera en cientos de pueblos que dependen de él. Es una pieza clave para frenar el avance de la llamada “España vaciada”.
En Almería conservamos uno de los olivos más antiguos de España. El olivo milenario de Agua Amarga, probablemente de época romana, es un testimonio vivo de nuestra historia y un símbolo del vínculo ancestral con el Mediterráneo. Su patrón de injerto recuerda las técnicas utilizadas hace más de dos mil años.
La importancia del olivar en Andalucía es difícil de exagerar. Con más de un millón y medio de hectáreas, la comunidad produce el 80% del aceite de oliva nacional, superando el millón de toneladas y generando más de 18 millones de jornales. Es economía, sí, pero también cohesión territorial, cultura agrícola y paisaje.
Las previsiones para la campaña 2025/26 en las 22.000 hectáreas de olivar almeriense son muy positivas. Conviene recordar que se trata de un cultivo vecero, es decir, alterna años de alta producción con otros de menor rendimiento. El esfuerzo energético que realiza en engordar la aceituna limita la formación de yemas florales para la siguiente campaña.
En Almería se espera un incremento superior al 70% en la producción de aceite, alcanzando las 7.500 toneladas, de las cuales 1.580 toneladas estarán certificadas como ecológicas. Este dato es especialmente relevante: el 20% del aceite producido en Almería es ecológico, frente al 8,4% en el conjunto de Andalucía.
El olivar es un paisaje cultural rural, un sistema socioecológico que permite aunar producción y conservación. Ejemplos como la DOP Sierra de Segura, donde los olivos son más antiguos que el propio Parque Natural, lo demuestran. Pero también hay casos preocupantes, como la expansión de olivares superintensivos en zonas con déficit hídrico estructural, que ponen en riesgo la salud de los acuíferos. Igualmente, la sustitución de olivar por instalaciones fotovoltaicas supone una pérdida patrimonial y ecológica que debemos evitar. Las energías renovables son necesarias, sí, pero no a costa de desmantelar agrosistemas de alto valor cultural y ambiental.
Defender el olivar es apostar por el empleo de proximidad, el paisaje vivo, la dieta mediterránea, la captura de carbono y, en definitiva, por el futuro de nuestros pueblos.
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