Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
No será cuestión de contradecir a Bertolt Brecht, que decidió titular, en 1939, con “Malos tiempos para la lírica”, uno de sus conocidos poemas, pero no hay malos tiempos para la lectura, pues darse a ella puede incluso librar de los contratiempos. Los días del otoño, aunque se alteren cada vez más las estaciones, son, entonces, particularmente propicios, ya que el acto de leer se beneficia del recogimiento, tanto del lector consigo mismo como apartado de cuanto le distraiga, y el otoño favorece el deleite de la lectura porque entibia las luces e invita a una íntima y doméstica clausura. Tener un libro entre las manos, o pasar sus páginas con un dispositivo electrónico, resulta, además, un sencillo pero fabuloso prodigio. No solo porque la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, llevó a producir masivamente libros y abarató su coste, sino porque, bastante siglos atrás, el suministro de los papiros egipcios, que daban láminas a la escritura, era utilizado como recurso en envidiosas rivalidades para disponer de las más reconocidas bibliotecas que atesoraran la sabiduría. A comienzos del siglo II a. C., el rey Ptolomeo V, a fin de perjudicar a la biblioteca de Pérgamo, que quería destacar como la Gran Biblioteca de Alejandría y atraer a los sabios y eruditos, encarceló a Aristófanes de Bizancio, bibliotecario de Alejandría que iba a afincarse en Pérgamo bajo la protección del rey Eumenes II. Además, Ptolomeo interrumpió el suministro de papiros a esta ciudad y, como consecuencia, en ella se perfeccionaron las antiguas técnicas orientales de escritura sobre cuero, con la creación de un nuevo material que, en homenaje a la propia cuidad, recibió el nombre de pergamino. Irene Vallejo, en su sobresaliente El infinito en un junco, da precisa, documentada y más que bien escrita cuenta de ello. Leer un libro resulta, así, el efecto de una milenaria disposición de las cosas para que, escritos sobre las páginas de papel o en edición digital, los argumentos de la ficción, la constancia más o menos fidedigna de la realidad y las mixturas recreativas esperen tiempo de solaz y lectura. El modo en que la estimulen tendrá no poco que ver con las predilecciones de quienes leen, si bien la genialidad, la sublime maestría, hacen coincidir a legiones de lectores, pues, como el pensamiento de los clásicos, la excelencia es intemporal. Mas, para reconocerla, importa no poco contar con una nutrida provisión de lecturas que ejerciten el entendimiento y ayuden a discernir la hechura de los libros.
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