OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
En la condición de inmigrante va implícito sufrir grados diversos de estigmatización, al menos entre las coordenadas del capitalismo descarnado entre el que nos desenvolvemos. No es algo privativo o característico de un contexto en particular, sino que se trata de una dinámica inherente a la vertical social. Los inmigrantes son los más humildes, los que ocupan trabajos que nadie quiere con salarios ridículos. Hablan, además otras lenguas y profesan religiones distintas. Cuantas más cosas los diferencien de los vernáculos que los explotan, más recursos aportan para su estigmatización.
Naturalmente, esa regla general cuenta con numerosas excepciones. No todos los miembros de la sociedad de llegada son intolerantes y xenófobos, esos procesos se atenúan a medida que decrecen las distancias culturales, el conocimiento directo de las personas ahuyenta fantasmas y malentendidos o, en fin, la clase social en la que se inscriben resulta obviamente determinante. He estudiado distintos aspectos lingüísticos de la inmigración, pero la ciencia explica una parte minúscula de la realidad. Del resto puedo dar testimonio directo y profundo, simplemente porque me he pasado la vida siendo inmigrante. Hijo de granadinos, en Cataluña siempre fue (y sigo siendo) un ciudadano de segunda división, por más que hable y escriba su lengua, haya estudiado allí o la conozca profundamente. Por fortuna, eso no ha impedido que haya tenido entrañables amigos catalanes. Cuando retorné a mis raíces familiares, en Granada lo primero que hicieron fue preguntarme qué hacía un catalán por allí. No obstante, encontré a mis maestros, a mi familia alejada, también a muy queridos amigos. En Alemania me trataron casi como a un igual, básicamente porque fui a trabajar como profesor universitario y estando allí me convertí en doctor. Hasta ahí llega lo previsible, por más lamentable que pueda ser. Lo de Torre Pacheco está al otro lado de esa línea. Es odio racial de grupos supremacistas, con inequívoca filiación de extrema derecha. Lo han rebasado todo. Ya son un problema de orden público, sin más. La contrapartida, por cierto, también lo es. Un delincuente solo tiene redención en presidio, sea cual sea su origen racial. Quizá pueda ser esa la solución, enviarlos a todos a presidio y que se ajusticien entre ellos en los patios.
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