Este pedazo de tierra

Tú, que recibiste a los hombres, a los viajeros, con la humildad que merece los grandes gestos del día a día

Parece que el mundo se cierra bajo las ciudades. Nos hemos olvidado que si estamos vivos es porque aún existen personas que, con asada en mano, guían los surcos de la tierra. Nos olvidamos de la parte del pueblo que realmente decide con las manos llenas de barro, que esta vez sí, que esta vez va en serio y que somos nosotros los que volvemos a empezar de nuevo, para que no sigamos en el mismo sitio, en el mismo hueco, en el mismo ataúd.

Nos olvidamos de los hombres y de las mujeres que siguen dándonos la única riqueza a la que aspiramos: el pan de los labios, al besar. Su humilde hacer, que no es otro que ser, que dar, que ofrecer.

Que no recordamos a aquellos nos dan los frutos de la tierra. Que esta arena y polvo que sostenemos entre las manos son las mismas con las que edificamos el barro de nuestro cuerpo, de nuestros brazos de nuestros pies.

Todos nosotros, aunque no lo celebremos a diario, pertenecemos a un pueblo que proclama a base de cincel y sudor la dignidad de todos los pueblos. Tú, amigo, labrador, hombre de paz y de martillo. Tú, que recibiste a los hombres, a los viajeros, con la humildad que merece los grandes gestos del día a día, con la serenidad y la generosidad de los hombres del sur. Tú, amigo, campesino y labrador, que te entregas a la tierra para cultivar a los hombres buenos que dan el nombre a estas ciudades del desierto.

Hoy, amigo, compañero, hombres y mujeres honrados que con vuestro trabajo humilde nos alimentáis, recordarnos que sois el pueblo quien nos da nombre. Que sois vosotros, hombres y mujeres de la tierra, que con vuestra luz propugnáis un imperio al borde de los labios. Que trabajáis en silencio para que no sean nuestros hijos el futuro aciago que sostenemos entre los dedos. Que sean vuestras semillas quienes guíen el mundo del mañana. Ese del que tantas y tantas veces hemos hablado, usted y yo, amigo y amiga mía, al borde del abismo.

Que no sea la madre de todas las bombas, ni tampoco el padre, quien venga a despertarnos de este sueño. Que sea vuestra humanidad y vuestra esperanza quienes encumbren las palabras. Que sea las gentes de otros lugares y de otras naciones que nos ayuden a escribir la historia de esta tierra y que sea el sueño último del ser ver a todos los pueblo en paz. Así rezan y han rezado aquellos que han labrado nuestro terreno. Este pedazo de tierra que en cada surco del yace un hombre libre y que nuestro desierto y el mar son tan solo el cielo sin techo de la noche más estrellada.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios