NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Hace unos días tomé café en la terraza del bar ubicado en el mirador de la Alcazaba. Me gusta ir hasta allí, dando un paseo, para darme un baño de Historia en pleno corazón de la Almería musulmana. Era una mañana limpia, transparente y el sol, joven aún, sin malicia, me acariciaba la espalda con sus rayos suaves, lo que me hacía sentir una agradable sensación. De repente, consciente de aquel ambiente de belleza e Historia que me envolvía, fui consciente de que era un privilegiado por estar viviendo aquel momento en un decorado real, ubicado al pie de la alcazaba, esa fortaleza gigantesca levantada sobre una gran roca a la que los antiguos llamaron la atalaya. Nuestra Alcazaba es la más grande de España, después del conjunto monumental de la Alhambra de Granada, aunque algunos vecinos de provincias cercanas quieran quitarnos ese primer puesto. En el año 955 la mandó levantar el califa Abd al-Rahman III y en el siglo XI, cuando Almería se convirtió en una gran faifa, adquirió su máximo esplendor. Su perímetro es de 1.430 m.
El mirador está situado al final de la calle Almanzor, en la parte alta de la calle Descanso que baja hasta la calle Almedina, haciendo esquina con el inicio de la calle Joaquín Santisteban. Desde esta terraza se pueden palpar siglos de historia con un poco de imaginación y aspirar el perfume real de los jazmines, que formando un parral junto al mirador, mitiga a los vecinos algo del fuerte calor del verano. Cierro los ojos durante algunos segundos y creo ver a la bella Galiana y a su padre el último alcayde de Almería Mahomad Mostafa montados en sendos caballos alazanes, camino de Granada para asistir a una fiesta que celebraba en la Alhambra el rey Boabdil. Abro los ojos e instintivamente comento en voz alta: “posiblemente fue la última fiesta que celebró el desdichado rey”. ¿Qué dices? –me preguntó mi mujer- Nada, son cosas mías.
La calle Descanso es una de esas calles con encanto de la Almería musulmana, donde aún puedes ver un pequeño azulejo en la fachada de una casa con esta leyenda: “Casa de las Hormiguitas” y otro azulejo en la siguiente que dice “Casa de la Mama” y justamente enfrente de esta casa una placa, colocada por el Ayuntamiento, que nos recuerda que en esa casa nació en 1915 Arturo Medina Padilla, que fue profesor, escritor y almeriense apasionado y aunque no lo dice la placa fue el marido de la inolvidable Celia Viñas. Una pareja irrepetible para los de mi generación. La calle Descanso, con su nombre, ya nos da una pista de que hay que transitar por ella sin prisa, haciendo pequeñas paradas, para disfrutar de su silencio, de su hechizo y de su embrujo.
Pero mi mirada se recreaba constantemente en la colosal estatua de broce que preside el mirador, que fue colocada por el Ayuntamiento el 27 de marzo de 2015 en conmemoración del milenio del reinado de Jayrán. El murmullo del agua que suena a sus pies, me ayuda a relajarme y me despierta el apetito. Un café humeante y oloroso con una tostada me devuelve a la realidad. El telón de fondo es la torre de los Espejos, erguida y vigilante sobre cualquier embarcación que entre en el puerto. A la izquierda una rampa de suelo empedrad, para que no resbalen los cascos de los caballos, da acceso a la Alcazaba por donde trepan a su interior los grupos de turistas, que con sus cámaras fotográficas pretenden llevarse parte de nuestra fortaleza a sus países.
Como decía, a mi izquierda y haciendo esquina con la calle que lleva su nombre, está la casa donde nació Joaquín Santisteban, cartagenero de nacimiento en 1870 y almeriense de adopción. En el mosaico que colocó el Ayuntamiento en la fachada de la que fue su casa, con algún error ortográfico por cierto, dice que fue Profesor, Arqueólogo, Historiador y Cronista de la Ciudad.
A mi derecha, a uns metros del mirador hay un restaurante, tetería y cafetería llamado Almedina Baraka. Este rótulo inevitablemente me trae recuerdos de mi estancia en el Sahara. La palabra baraka la utilizaban frecuentemente los nativos del desierto y con el paso del tiempo los españoles terminamos usándola también. El significado de baraka quizás sea un poco impreciso, pero podríamos traducirlo por suerte, o mejor aún buena suerte; digamos que tiene una cierta similitud con el karma indú, aunque ésta puede ser buena a mala. Me quedo con baraka.
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