El pintor Joaquín Valverde

18 de septiembre 2025 - 03:09

Por continuar la senda que reivindica los grandes olvidados del arte español, si la semana pasada hablábamos del granadino López Mezquita, en esta le toca al sevillano Joaquín Valverde Lasarte, un autor fundamental que cosechó todos los honores que eran posibles en la España de la época. Pintor precoz, de larga y fecunda trayectoria, nació en 1896 y murió en 1982. A los quince años, tras abandonar Sevilla, inició estudios en San Fernando de Madrid, escuela de Bellas Artes de la que sería catedrático y profesor más tarde, desde 1942, y Académico de su Real Academia desde 1956. Entre 1921 y 1928 fue pensionado de la Academia Española de Roma y más tarde su director desde 1960. Su paso por Italia fue determinante en la formación de su estilo figurativo, de dibujo muy sólido y toque arcaizante, que le entronca con los grandes maestros del Quattrocento, a los que copió con avidez. De vuelta a España, obtuvo la Segunda Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1930, y la Primera Medalla dos años después, en 1932. Precisamente de este año es una gran composición histórica, que acusa fuertemente las enseñanzas de renacentistas italianos como Mantegna o Piero Della Francesca, que hemos adquirido hace muy poco en subasta pública madrileña para la colección del Museo Ibáñez. Se trata de una escena de gran tamaño que representa la muerte del Doncel de Sigüenza en la Vega de Granada, asesinado por los moros en el curso de una escaramuza durante la guerra, junto a los márgenes del río Genil. El cuadro capta el momento en el que su cadáver con las manos amputadas es encontrado por la tropa cristiana. Valverde cultivó la amistad con otros autores relevantes de su tiempo, como el escultor Álvarez Laviada, el pintor Timoteo Pérez Rubio y su esposa, la escritora Rosa Chacel. Fue maestro de una generación de jóvenes artistas en la Escuela de Bellas Artes llamados a cambiar el rumbo del Realismo español contemporáneo; los Realistas de Madrid. Antonio López me recuerda el enorme respeto que en su tiempo inspiraba el maestro Valverde. Se le miraba como un sabio y alguien de enorme importancia. Antonio rememora sus sesiones de corrección y comentarios a los alumnos en clase; al parecer, solo se dirigía a aquellos cuyo trabajo valoraba e ignoraba a los demás. Nadie, precisa Antonio, protestaba por ello, todos le admiraban. Las cosas de entonces a hoy, ciertamente, han cambiado mucho, hasta el punto de constatar un sangrante desprecio por su obra, fundamental para nuestra reciente Historia del Arte.

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