Política ficción

24 de octubre 2025 - 03:08

La ciencia ficción da argumentos, que tienen buena acogida, a la literatura fantástica y al cine. Tal vez porque las propias ficciones apartan de la realidad y distraen ante las vicisitudes y los pesares con que se presenta, sorprende o turba. Mas no se obvie que la realidad pueda superar a la ficción y, por ello, esta resulta menos fantástica. Así las cosas, no solo en la literatura o el cine se acude a las ficciones, sino que algunas manifestaciones de la política parecen afectadas por una deriva fantasiosa. Ahora bien, con limitada y, en ocasiones, disparatada entidad. Ni siquiera se trata de esas distopías que anticipan una sociedad futura tan perniciosa como para provocar la alienación humana, sino de disparates con que se reacciona a los cuestionamientos y las críticas. El presidente norteamericano, que pretende mantenerse en las quinielas del Nobel de la Paz, ha aparecido como piloto de avión de guerra que suelta munición escatológica -mierda- sobre manifestantes que no comparten sus formas y decisiones de gobierno. Precisamente el gobierno de la polis inspiró los preceptos clásicos de la política, como actividad que debiera acometerse por los ciudadanos más capaces y facultados para ejercerla. Luego, si no de un elaborado código ético, al menos importa disponer de ciertos estándares, mínimos y generales, para el desempeño político. Por otra parte, los norteamericanos disconformes con el presidente electo acuden, como argumento de legitimidad contestaria, a la denostación del reinado y distorsionan la naturaleza y el sentido de la monarquía parlamentaria. Imperfecta, ciertamente, pero cualquier comparación es relativa y más preferible será, así, un rey sensato que un presidente-rey tripulando un avión con cisternas de mierda. Debería preocupar esta ficción por la que parece política lo que no es sino la recreación fantástica de una majadería real, más allá del mal gusto. Entre los efectos más perniciosos de esta ficción política están los de alejar de las responsabilidades públicas a quienes mejor podrían asumirlas, fomentar un sectarismo que justifique cualquier medida de los de la cuerda, y propiciar el auge del populismo con su simplicidad perturbadora. Parece ingenuo y resulta casi otra ficción la de imaginar que la política recupere su más genuina razón de ser, sin que se rompan los moldes que configuran su desempeño, y sin pedorretas ni cagadas por tierra, mar y aire.

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