La cuarta pared

El premio de los arquitectos: la Arquitectura

Aquello tan indescriptible que los seres vivos llamamos alma, pero que, en el mundo material, llamamos arte.

Esta semana se ha celebrado la entrega de los premios Arco que organiza el Colegio Oficial de Arquitectos de Almería de manera bianual para premiar las mejores obras de arquitectura de la provincia. Sin embargo, en esta ocasión, se ha celebrado una gala conjunta de los últimos 4 años y por lo tanto, han sido numerosas las obras presentadas teniendo que competir en apenas 3 amplias categorías. Proyectos de todo tipo, desde gigantescos edificios plurifamiliares hasta la reforma de un pequeño local se han visto las caras en la exposición de los trabajos que, a día de hoy, aún se pueden visitar en la sede del Colegio.

Independientemente del merecido reconocimiento al ganador absoluto de la noche, Alberto Campo Baeza, por su casa de Mojácar y de los discursos de las autoridades competentes, la noche de la gala nos invita a reflexionar acerca del papel de la arquitectura en la sociedad. Resaltando la importante y desconocida labor que realizan un reducido número de arquitectos que, únicamente, se mueven por el amor y la pasión.

Impulsados por su entusiasmo hacia un arte que consigue llegar directamente al corazón de las personas, siempre que se consiga tocar las teclas adecuadas. Estos artistas trabajan sin cesar pero no inventan nada, solo transforman la realidad. Y aunque los arquitectos no sean alquimistas, sí que utilizan la química, la metalurgia, la física, la filosofía, la astrología e incluso el espiritualismo y el arte para transformar millones de toneladas de piedra en las pirámides de Giza.

La arquitectura es la profesión más bella del mundo porque trata de levantar las obras más preciosas que el hombre pueda llegar a imaginar para, posteriormente, regalarlas a la sociedad de manera desinteresada. Simplemente por el entusiasmo de aportar un granito de arena a esta línea infinita que hoy en día llamamos historia.

Desde Vitrubio hasta Le Corbusier, el amor por la arquitectura ha sido el motor que ha conseguido alimentar un oficio que, a priori, debería moverse únicamente por la necesidad, es decir, por el requisito indispensable de no morir de frío en invierno mientras duermes. Pero sin embargo, en algún momento se elevó hacia algo más. Cuando la firmitas y la utilitas quedaron resueltas, llegó el auténtico soplo de magia, aquello tan indescriptible que en los seres vivos llamamos “alma” pero que, en el mundo material, llamamos “arte”.

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