
Antonio Lao
Las cooperativas y su papel en la economía de Almería
D E todos es sabido la importancia de la imagen en el proceso cognitivo del ser humano. El ser vivo hecho de imágenes. Necesita del símbolo para desarrollarse y acceder a estadios intelectuales más altos: el conocimiento.Pues vivimos en una sociedad que incluso hasta eso han sido capaz de modificarlo y emplearlo para el uso de intereses específicos y fraudulentos: la desinformación. No solo le basta con crear y dejar deteriorar el sistema educativo. Aplicar leyes que hacen casi imposible educar en los hogares a nuestros hijos. Sino que su ambición les lleva más allá. Lo quieren todo. Les pertenecemos, si es así como quieren prevalecer el sistema a su imagen y semejanza, a su antojo y capricho. Quizás, por ello, ya existía aquella recurrida frase que afirmaba que una imagen valía más que mil palabras. Se despojaba, ya de ante mano, el valor de la palabra. Quizás, de ahí, venía todo aquel ritual que se generaba entorno a la nobleza de un ser humano, a la referencia de ciertos valores que hacía al ser humano un elemento creíble y de valor. A lo largo de la historia, como articulaba Michel Foucault, los cambios sociales se ha producido, simple y llanamente, para imponer los principios de otros, de la misma forma que fueron establecidos con anterioridad, a través de la violencia, y por las razones que lo motivaron, el poder por el poder.
Con las tecnologías, los sistemas y programas informativos y el caos –el gran volumen informativo- hace que el ciudadano, incluso el formado e instruido, caiga de lleno en la desinformación. Por una parte, tenemos los propios intereses que hacen que esa información llegue desnaturalizada al usuario. Noticias en las que una fuente, en un ademán de lucidez, nos explica cómo ha sido capaz, solita, de desenmascarar la verdad, detrás de todo ese teatro que se nos revela. Y quizás, por otra parte, porque también en ese caos preestablecido el ser humano necesita creer en algo, aunque sea una mentira. Sabedor que lo importante ya no es el fondo, sino la forma. Alimentar un ego exangüe, que se desmigaja por momentos y que necesita de la reafirmación diaria para que pueda subsistir ese superhombre –Friedrich Nietzsche- que nos trae a todos locos de cabeza y que, en un arrebato de clarividencia, quiere existir a costa del precio que sea: el dragón debe ser alimentado, aunque sea con nuestra propia carne. Lo sabemos y nos basta.
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