Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
La reanudación del curso escolar, que influye o condiciona otros cursos perso-nales y sociales, se hace ordinaria por cíclica y acostumbrada. De suerte que, en los primeros días de septiembre, abren de nuevo sus puertas los centros educativos para que tenga lugar la enseñanza de los docentes y se propicie el aprendizaje del alumnado, en una interacción educativa que se desarrolla en las sesiones de clase. El ejercicio de la enseñanza formal requiere, por tanto, una cualificación específica, en la que importa tanto conocer el contenido que se enseñanza como el modo de enseñarlo. Y el aprendizaje requiere de una ac-tividad de los alumnos, asimilable al esfuerzo personal, en la que deben con-currir elementos coadyuvantes -familiares, comunitarios, sociales- y, en su caso, compensadores ante desventajas o dificultades que influyen significati-vamente en el propio aprendizaje. La confluencia de la enseñanza y el apren-dizaje en la educación formal que se inicia estos días en los centros es objeto de interés para las ciencias de la educación, particularmente en el ámbito didác-tico, pero, con carácter general, una reflexión importa, sobre todo en la educa-ción obligatoria: ¿debe condicionar la enseñanza de los docentes el aprendizaje del alumnado, o resulta más pertinente que el modo de aprender adecúe las formas de enseñar? Solo como muestra, puede señalarse la no muy lejana pre-valencia de la memorización repetitiva y perecedera, como modo de adquisi-ción de conocimientos después regurgitados en pruebas escritas, y la utilidad de la memorización comprensiva que resulta de motivadores “conflictos cog-nitivos” entre el conocimiento previo del que disponen los alumnos y el cono-cimiento nuevo que se les enseña, de forma que incorporen significativamente el nuevo saber y sean capaces de aplicarlo en su desenvolvimiento no solo aca-démico, sino también personal y social. Luego, con el comienzo del curso, im-porta realzar los muy valiosos efectos del ejercicio docente asumido por los profesionales de la enseñanza. Y el reconocimiento social de estos no solo es un propósito que estimule o refuerce su desempeño, sino la consecuencia, entre otros aspectos, de la experiencia escolar vivida, en el más pleno sentido, por cuantos deben buena parte de lo que son a la enseñanza que recibieron. Albert Camus, tras recibir el Nobel, se dirigió a su maestro como “uno de sus peque-ños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido”.
También te puede interesar
Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Utopías posibles
Silencio personal y movilización social
Opinión
Aurelio Romero
Otro cambio de opinión
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La nueva España flemática