Cuando regresa el miedo

Algunos le llaman “la cuesta de Enero”, pero es algo que supera con mucho a lo económico

Estos días en los que el paso del tiempo se nota por coincidir con el cambio de año, son jornadas en las que todos nos vemos arrastrados a recordar a quienes nos acompañaron en el pasado y a reflexionar sobre lo que esperamos del futuro. Y así, con la delicadeza con las que el polvo se cuela bajo las puertas, las preguntas sobre nuestro devenir se instalan en silencio entre la algarabía de las celebraciones navideñas. Que levante la mano quien entre brindis y felicitaciones no se ha acordado de alguien que falta o no ha suspirado por alguna preocupación del presente y los riesgos que se atisban en el horizonte.

El sentido de la vida no es algo común a todos los mortales, cada uno tiene el suyo, y nuestra existencia no se justifica por meta alguna, sino por el interés y las consecuencias del viaje que cada cual realiza en el tiempo que le toque vivir. Luego las rutinas nos ocupan lo suficiente como para olvidarnos de las grandes preguntas y centrarnos en resolver nuestros pequeños dramas, y seguimos vagando entre la niebla. Hasta que nos recuerdan que ha pasado un año más y entonces, aunque brevemente, nos cuestionamos si la dirección es la adecuada. Como la cuestión no es sencilla, por lo general nos limitamos a concluir que lo mejor que nos puede pasar es cumplir años y nos dedicamos a celebrar la existencia con cotillones y brindis llenos de buenos deseos. Y durante unas horas vivir parece fácil y agradable. Hasta que al día siguiente el tigre que se esconde en la habitación vuelve a rugir y nos recuerda que la amenaza no se ha ido y el miedo ocupa su espacio habitual en nuestros atribulados corazones.

Algunos le llaman “la cuesta de Enero”, pero es algo que supera con mucho a lo económico. Nuestra sociedad está más cansada que ilusionada; tiene más miedos que esperanzas, porque pese a los cada vez mayores descubrimientos científicos, hemos dejado de creer en la capacidad de nosotros mismos para mejorar las cosas. Sabemos cómo combatir enfermedades que eran letales y basta con apretar un botón para comunicarnos entre Japón y Sevilla; pero continuamos sin evitar las guerras como solución a los conflictos. El mundo parece una teleserie necesitada de conflictos para atraer nuestra atención y en la que todos son un poco buenos y un poco malos, porque la vida es así y la única frontera que se reconoce es la existente entre triunfadores y perdedores. Si, pasadas las Navidades, regresan los tiempos difíciles . Es entonces cuando los más fuertes se ponen a caminar. No hay otra. ¡Ánimo!

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