¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Los ríos canarios

Los excesos identitarios de las autonomías son censurables, pero la propagación de noticias falsas también

Canarias no tiene ríos, pero sí barrancos profundos donde anidan las pardelas, cuyo canto en la noche recuerda al llanto de un bebé. El de Masca, en la isla de Tenerife, lo anduvimos varias veces hace ya tres décadas, solo y en compañía, cuando esas cosas se hacían con unas chiruca y una cantimplora aboyada. El precario sendero, tras horas de pateo y saltos entre riscos, desemboca en una cala de arenas negras y aguas azules que, custodiada por acantilados gigantes, es una sucursal del paraíso en la tierra o por lo menos lo era antes de que la moda de esa estupidez llamada "deporte de riesgo" llenase los caminos y los montes de Rambos competitivos vestidos elegantemente de Decathlon. Cuando llueve en esas angosturas, el agua baja con la fuerza de los primeros días de la Creación y siempre hay un incauto dispuesto a amargarles la jornada a los equipos de rescate.

Al llegar el excursionista a la playa de Masca debe rezarle un padrenuestro a Santo Tomás Moro antes de lanzarse desde el pequeño muelle a su mar transparente, colonizado por erizos y pejeverdes. Con suerte y unos prismáticos, a lo lejos podrá ver pasar alguna ballena, si es que los cruceros turísticos para avistar a estos mamíferos no han terminado de espantarlos hacia mares más lejanos. Esta manía contemporánea de verlo y tocarlo todo, de convertir en espectáculo los usos y costumbres de hombres y animales, es una de las epidemias del siglo. Da igual que usted sea un cetáceo en aproximación de apareamiento o un costalero fajándose en una plaza, siembre habrá un "vividor de experiencias", un cazador de estampas, para contemplarlo y levantar acta.

En Canarias no hay ríos, como decíamos antes de enredarnos en nuestros recuerdos, lo cual es un dato geográfico incontestable. Por eso, lógicamente, el Gobierno del archipiélago ha pedido a los editores que corrijan los libros escolares que, incomprensiblemente, afirman lo contrario. No es cuestión de crear falsas expectativas en el alumnado insular. Sin embargo, la noticia falsa que se ha propagado por toda España es que el Ejecutivo regional no quería que sus niños estudiasen los ríos en general. Algo así como si se prohibiese el aprendizaje de los elementos de la tabla periódica sin presencia en las islas. Aunque las miserias identitarias han hecho mucho daño, los políticos de las Afortunadas no son tan necios. Cierto es que los excesos de las autonomías han sido y son censurables, pero la generación y difusión de noticias falsas también, aunque nos vengan bien para despotricar de la cosa plurinacional.

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