Allá por 1922, Alexander Fleming se hallaba trabajando en su desordenado laboratorio. De forma casual observó como en sus cultivos había crecido un hongo que, a su vez, no dejaba desarrollarse a ninguna bacteria. Acababa de descubrir la penicilina. Unos 400 años antes las naves de Cristobal Colón avistaron tierra al fin. Pareciera que hubieran llegado a las Indias por una nueva ruta; aún no lo sabían, por supuesto, pero habían abordado un nuevo continente. ¿Y qué relación podrían tener estos dos personajes tan dispares?

La lengua española sufre cierto encontronazo con el concepto Serendipia (del inglés serendipity). La R.A.E acierta a definirlo como un "hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual" y sugiere que podría usarse como sinónimo de chiripa o carambola.

Ni mi formación ni mi osadía llegan tan lejos como para confrontar los argumentos de la R.A.E pero mi oficio de psiquiatra sí me permite hilvanar el siguiente razonamiento.

Fleming, Colón y tantos otros han protagonizado descubrimientos donde la fortuna mediaba en parte. Pero me niego a considerar que alguien que quema su vida trabajando en un laboratorio o se juega la bolsa y la vida en un océano indómito deba a la buenaventura su formidable hallazgo. Es necesario disponer de un buen número de aptitudes previas estructuradas alrededor de una voluntad firme. En otras palabras: hace falta esfuerzo, disciplina y sacrifico para conseguir un objetivo que, con suerte, puede ser aún mejor que lo soñado. La serendipia condensa el rigor y la determinación junto con la habilidad de aprovechar los nuevos escenarios que puedan surgir.

En consulta observo como muchos pacientes deciden dejar en manos de la suerte el cambio de rumbo que sus existencias necesitan. En otras se cede al médico el papel de mago que acertará con una pastilla que lo arregle todo. Conforme pasa el tiempo los problemas no hacen sino cronificarse a la par que se van desaprovechando las oportunidades que la fortuna, la serendipia y la misma vida van sugiriendo de manera generosa.

El esfuerzo último del terapeuta se centra en que nuestros pacientes sean conscientes de que todo cambio pasa por nosotros mismos. La fortuna podrá facilitar (o entorpecer) la consecución de nuestras metas pero seremos siempre nosotros quienes iniciemos el primer paso, sudemos la última gota y brindemos por la victoria, el empate o el fracaso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios