Metafóricamente hablando

La sangre es roja como la grana

A miles de kilómetros de allí, hoy millones de personas se despedían de un icono, de una mujer que parió un hijo entre algodones

En un lejano rincón del cono sur, una mujer yace en su lecho, arropada por los suyos y por la voz desgarrada de Adriana Varela, que con un tango amortigua el último sorbo de vida con el que se despide de todos ellos. Una negra nube se derrama sobre reunidos, como si el cielo se apiadara de Mariela y llorase roto por el dolor. Golpeados por la parca, siempre previsible y siempre inesperada, sus amigos y familiares tratan de combatir su confusión recordando anécdotas alegres de la muerta, lo guapa que era de joven, aquel día en que bebió más de la cuenta, lo emocionada que iba el día de su boda con Marlo…Ella, con rostro tranquilo, observaba todo desde el otro lado al que acababa de cruzar, con el corazón roto y la sangre roja quieta en sus venas, a la espera de las trompetas que le darán la voz de alarma para levantarse de nuevo. Su vida en un principio fue grata, aquel día en que su cuerpo y su alma se encaminaron al parto fue sublime. Acompañada de la comadrona del pueblo y de su madre, entre el dolor y las lágrimas dio a luz a su hijo, al que abrazó en su pecho para transmitirle todo el amor que había acumulado para él. La vida, que no cesa en su caminar, le trajo la amargura rompiendo su corazón en pedazos el día aciago en que supo que su hijo, su querido hijo de sangre roja como la grana, había muerto congelado como los "pichichanes" en un agujero helado de aquella isla yerma, que defendía con miles de jóvenes tan inocentes como él, frente al imperio europeo que la codiciaba, imponiendo la fuerza bruta sobre sus cuerpos frágiles y desdichados. A miles de kilómetros de allí, hoy millones de personas se despedían de un icono, de una mujer que parió un hijo entre algodones, y que a pesar de todas las evidencias mantenían que su sangre era azul. Una mujer, que años más tarde, celebraría la victoria sobre la isla brindando con champán con sus generales, indiferentes ante el dolor de Mariela, sobre los cuerpos lacerados de los hijos de miles de Marielas que lloraban su ausencia en silencio. La muerte que todo lo iguala, aparentemente volvía a unir a aquellas dos mujeres que a un lado y otro del planeta eran lloradas al unísono, una por miles de desconocidos que nada supusieron ni compartieron con la muerta, atraídos como niños ante el espectáculo histórico que se les ofrecía, otros unidos por fuertes lazos de cariño, por el dolor compartido, por la belleza de la vida y las emociones compartidas, y todos ellos provistos de un corazón bombeando sangre roja como la grana, porque la sangre azul no es de este mundo, solo son azules las venas, y la sangre derramada bajo la piel de las víctimas inocentes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios