opinión

José Manuel Palma Segura

El sufrimiento prueba la existencia del alma

05 de febrero 2012 - 01:00

PUEDE ser que la medicina descubra la erradicación del sufrimiento del hombre en el campo terapéutico. Sin embargo, éste es sólo un sector. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y, a la vez, profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción que realiza el beato Juan Pablo II en su carta apostólica "Salvifici Doloris". El Sumo Pontífice diferencia el sufrimiento físico del sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento. Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las palabras «sufrimiento» y «dolor» aluden a realidades existenciales no equiparables. Es decir, el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera «duele el cuerpo», mientras que el sufrimiento moral es «dolor del alma». Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión «psíquica» del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico.

Esto es lo que se ha puesto de manifiesto con motivo del Día Mundial del Cáncer, que se celebra durante esta semana. La Sociedad Española de Oncología Médica, la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, la Asociación Nacional de Informadores de Salud y las organizaciones de pacientes oncológicos han hecho un llamamiento para que la palabra cáncer no sea utilizada como sinónimo de «negatividad» y «destrucción». Y para ello, han pedido a la Real Academia de la Lengua Española que elimine la cuarta acepción de la palabra cáncer en el diccionario, donde se la define con frases como «la droga es el cáncer de nuestra sociedad».

Si se dan cuenta, médicos y profesionales de la ciencia no piden un fármaco para paliar los efectos de esta enfermedad, sino que demandan otro tipo de química que atañe al corazón humano. Y no entendiéndose este último como el órgano que bombea sangre al cuerpo humano, sino como la metáfora de aquello que, aunque no se vea, existe: el alma. El cáncer, como cualquier otra enfermedad semejante, daña lo que la persona es en esencia. Y las secuelas más dañinas son la soledad y la impotencia. Lacras que vive nuestro mundo y pueden ser erradicadas desde el amor: el bálsamo que cura las heridas del alma y nos eleva a la condición de hijos de Dios. Es un misterio, pero el sufrimiento humano prueba la existencia del alma. No porque así lo quiera Dios (lo cual es falso), sino porque posibilita que abramos las recámaras de la caridad que permanecían cerradas por nuestros egoísmos personales. El sufrimiento del prójimo nos llama a salir de nosotros mismos y, en un abrazo de almas, descubrir que vivir no son los golpes de respiración. Al contrario, son los momentos que te dejan sin aliento.

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