Días atrás coincidía en un restaurante de Granada con un par de amigos, muy buenos restauradores y propietarios de negocios con solera en la vecina nazarí. Estaban ellos de acuerdo y me pusieron a mí también. Pocas cosas molestan más a los restaurantes que la informalidad de una parte de la clientela, menos mal que son los menos y van a pagar justos por pecadores. Me explico, mesas reservada, incluso reconfirmadas en el mismo día, que se quedan vacías porque nadie se presenta para ocuparlas. Y sin respuesta en el teléfono que se facilitó al hacer la reserva. Un auténtico trastorno para el restaurante, que rechazan a otros clientes, y otros clientes que se quedan sin sitio. La situación está llegando a tal punto que, pese a las reticencias que ha habido, ya son varios los restaurantes que piden los datos de una tarjeta de crédito. Sin embargo, hay gente a la que no le está gustando esta medida. Lógicamente deben de ser esos que están acostumbrados a no respetar el trabajo de unos profesionales y el gasto que les genera la compra de género. Esto ocurre también en hoteles de todo el orbe turístico nacional.

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