La cuarta pared

El telón de fondo

Detrás de la fantasía evocadora que provocan las formas or-gánicas del museo, se encuentra un volumen silencioso

En 1959, tras un largo proceso proyectual y una intensa obra, se inauguró por fin, frente al Central Park, en la Quinta Avenida con la 89 de Manhattan, el famoso Mu-seo Solomon R. Guggenheim de Nueva York. Un hito de la arquitectura moderna, un cambio de paradigma en la tipología museística convencional planteada cientos de años atrás, una de las grandes obras maestras de uno de los grandes maestros de la historia de la arquitectura, Frank Lloyd Wright. Sin embargo, no es el proyecto del que vamos a hablar hoy, sino de su telón de fondo.

Detrás de la fantasía evocadora que provocan las formas orgánicas del museo, se encuentra un volumen silencioso, un fondo neutro con la única misión de servir a la obra maestra. Una pantalla rectangular que se yuxtapone al famoso cono invertido pero que consigue pasar desapercibido, incluso resaltar aún más la singularidad de la obra de Wright. Se trata de un bloque de color caliza y prácticamente ciego, con una sutil trama ortogonal en su fachada principal y que combina a la perfección con la contundencia de su forma de prisma regular.

Los árboles necesitan una pared para ver descansar su sombra y el socarrat nece-sita la presencia del resto de la paella para convertirse en el mejor bocado de todo el plato. El contraste, a todos los niveles, es pieza fundamental para transmitir emo-ciones. Desde los claroscuros hasta la vegetación verde y las paredes rosas de Ba-rragán, la oposición de colores, formas o conceptos han conseguido siempre refor-zar la contundencia de una propuesta.

La pantalla recta tras el cilindro curvo parece la opción perfecta para resolver el fondo del famoso museo. En realidad, el peculiar encaje urbano del volumen circular en la bien estructurada retícula urbana de la ciudad siempre ha resultado conmove-dor.

La ampliación de Gwathmey Siegel del año 1992 consiguió su objetivo de desapa-recer del imaginario colectivo que supone toda esta obra. Pocos son los visitantes que apenas llegan a percatarse de su presencia. La gran mayoría, borrachos por el recorrido helicoidal descendente o la tensión que provoca el espacio interior, no re-paran en él. Aunque, curiosamente, este concepto no deja de ser una idea original del propio maestro y que ya encontrábamos en algunos de sus dibujos, en los que, anticipándose a las posibles ampliaciones para exposiciones permanentes, anun-ciaba a bombo y platillo que todo teatro necesita su decorado.

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