Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Que un proyecto, no poco megalómano, se denomine “El Toro de España” anticipa dificultades y resistencias para su materialización. Ya en su título, se emplean dos términos controvertidos en las trifulcas “frentistas”. Así, el casi eufemismo de “en este país” omite el patrio nombre de España -ay de la patria, también puesta en entredicho, salvo a beneficio de la coyuntura-, si bien la afición futbolera, animada cuando la selección nacional triunfa, no duda en hacer efusiva declaración de su identidad: “¡Yo soy español, español!”. Hablar de toros, por otra parte, provoca sarpullidos a quienes abominan de la fiesta nacional o se adscriben a las doctrinas animalistas. Cosa distinta es que no gusten las corridas de toros, sin que ello conlleve no respetar las lidias de la tauromaquia. Basta, entonces, con la denominación “El Toro de España” para concitar rechazos, pero, además, el proyecto consiste en levantar un monumento al toro bravo, de unos trescientos metros de altura, más o menos como la Torre Eiffel, a modo de proeza de la ingeniería, tanto por la altura como por el tamaño del animal representado, que constituya una referencia mundial del símbolo de la tauromaquia. Así lo ha propuesto la hace poco creada Academia Española de Tauromaquia, que busca una localización adecuada en una ciudad española con afluencia turística. Desde el punto más alto de la escultura, en los cuernos del toro, miradores panorámicos permitirían una contemplación singular, y rodeando o al pie de la gigantesca obra se levantarían centros comerciales y culturales principalmente dedicados al mundo taurino, además de instalaciones de ocio y recreativas. La financiación del proyecto, sin presupuesto definido, procedería de la iniciativa privada y los municipios que cedieran suelo público para el emplazamiento participarían de los beneficios económicos derivados. Aunque la Academia ha iniciado contactos con distintas ciudades, todavía no ha logrado el acuerdo para esta mayúscula iniciativa. Partidarios y detractores tiene, como corresponde a cualquier propósito de gran envergadura, no solo por las colosales magnitudes del proyecto, sino por su alcance asimismo simbólico y el reclamo temático de su objeto y complementos. Podrá compartirse o no tal proyecto, claro está, pero conveniente es hacerlo, en uno y otro caso, con argumentos que se aparten de la instrumentalización “frentista”.
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