La Rayuela
Lola Quero
Las nevenkas del PSOE
Tota pulchra es una oración cristiana a la virgen, datable hacia el siglo IV, que se cantaba en las vísperas del día de la Inmaculada. Su letra, extraída en parte del Cantar de los Cantares, comienza diciendo: “Eres toda belleza y el pecado original no está en ti”. La creencia en la Inmaculada, por tanto, es muy antigua en la iglesia cristiana. En el Concilio de Trento se afirmó esta fe pero no se promulgó como dogma hasta 1854 de la mano de Pio Nono. Antes de la aparición de esta bula papal la historia del arte religioso estaba ya plagada de representaciones inmaculistas por toda Europa y América. Las primeras son del siglo XV y parten precisamente de la Tota pulchra; colocan a una virgen aniñada de extraordinaria belleza suspendida en un espacio de gloria, centrada, y por lo general acompañada de ángeles que portan filacterias con el texto de la oración y otros elementos simbólicos extraídos de letanías Lauretanas, como las azucenas, la torre o el pozo. El modelo de representación es sustituido en el barroco por la imagen que aparece en el capítulo doce del Apocalipsis: “una mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies, coronada con doce estrellas…”. Esta nueva iconografía para la Inmaculada nace en Sevilla en los círculos del pintor y tratadista Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, quien da indicaciones precisas al respecto. En el desarrollo posterior se irán mezclando los elementos de la Tota Pulchra con la visión del Apocalipsis en mayor o menor medida, dependiendo del autor, escuela o periodo histórico. Pero desde este momento, la referencia al citado capítulo doce será siempre omnipresente. Hay que preguntarse, por tanto, el porqué de este triunfo iconográfico en el arte cristiano occidental, y los motivos iniciales que llevaron a la Sevilla de principios del XVII a rebuscar en un pasaje tan enigmático, sobre el que no existía un consenso en el seno de la Iglesia, ya que algunos teólogos no identificaban a la mujer apocalíptica con la virgen. El dogma de la Inmaculada es un sutil y abstracto asunto teológico-filosófico, de sofisticada argumentación, y más difícil aún es traducirlo en una imagen que haga al pueblo entender con facilidad el concepto. Los elementos apocalípticos, sol, luna y estrellas aportan una dimensión cósmica y universal asociada a la divinidad en todas las culturas. El sol revela la presencia de Dios y la luna y el dragón-serpiente pisados se refieren, probablemente, al triunfo sobre la herejía y el islam otomano. Las estrellas, finalmente, identifican a toda majestad.
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