El lanzador de cuchillos

El último Gatopardo

Pobre y solo, Raniero Alliata di Pietratagliata afrontó, contra la especulación inmobiliaria, la última batalla de su vida

Raniero Alliata di Pietratagliata no es un personaje de ficción nacido de la pluma de Italo Calvino, sino el último representante de aquella aristocracia siciliana que nos dibujaron magistralmente Tomasi di Lampedusa y Lucchino Visconti. Vivía en una especie de villa-castillo, en una zona de Palermo que hasta los años cincuenta era campo abierto. Semirrecluido en esa casa misteriosa, ejercía sus dos grandes pasiones: coleccionar insectos y apariciones del más allá.

Raniero Alliata era una persona difícil. Hasta el punto de llegar a colgar en la cancela de su villa un cartel que rezaba: "Benvenuti gli amici, maledetti i parenti", con un retrato del diablo para dejar zanjada la cuestión. Entre los parientes, de hecho, el único que estuvo a su lado durante años fue su sobrino Papilio, al que contagió su afición por la magia, y que sospechaba que algún día el tío Raniero se decidiría a abrirle la misteriosa puerta tras la que se esconde el fascinante mundo del mal. Con esa esperanza adolescente lo seguía día y noche por las estancias sin luz de Villa Alliata. Hasta que una madrugada estival compareció en la mansión palermitana el mismísimo belcebú, y el muchacho, aterrado, se marchó a la carrera y no volvió a poner pie en casa de su tío.

Pobre y solo, Raniero afrontó, contra la especulación inmobiliaria, la última batalla de su vida. Pero como las colecciones de insectos y las prácticas esotéricas no daban sustento económico, el gran parque de la villa debió ser cedido progresivamente a los chacales mafiosos. El Príncipe Raniero, definitivamente encerrado entre las cuatro paredes de su mansión, sufrió el deshonor de tener que asistir al espectáculo de un ejército de máquinas, obreros y capataces, que primero levantaron el parque y luego, sobre sus cenizas, horrendas edificaciones. Raniero Alliata se esforzó en desencadenar las fuerzas del mal, invocando la muerte de los usurpadores. Pero la humillación sufrida pudo más que la magia, y el aristócrata murió, con el orgullo herido, en el otoño de 1979.

Via Serradifalco es hoy una calle de edificios construidos demasiado deprisa. Pero si está atento, el transeúnte verá, entre las grandes construcciones, una pequeña cancela. Y detrás, la villa abandonada en que vivió y murió Raniero Alliata. Y a uno le gusta pensar que el aire de esta Palermo del ladrillo, la extorsión y el crimen mafioso conserva, sin embargo, algo del espíritu romántico y bizarro de aquel príncipe nigromante y enamorado de los insectos, el aristócrata que se exilió del tiempo y del espacio. El último gatopardo.

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