El valor de las muertes de la pandemia

La insensibilidad es tan atroz, tan cruel, que zanjamos el valor de la vida con una simple cifra

No doy crédito. Cuando la segunda ola golpea de nuevo, sin piedad, y el número de muertes en algunas comunidades, caso de Andalucía, es superior al pico del mes de marzo, siento un enorme desgarro interior al entender el escaso valor y la poca importancia que damos al drama que nos acorrala, al reguero de tristeza y dolor que nos envuelve y al escaso valor que damos a la muerte que nos rodea.

Cada día enterramos una media de 300 personas víctimas de la pandemia y aún hoy, casi un año después del primer caso que conocimos en Almería, seguimos discutiendo cómo hacer las cosas, quién tiene las competencias y, lo que es peor, el modo de afrontar con algo de garantías el cerco a un virus que se expande sin fin, en la misma medida que relajas las medidas de contención. Tengo la misma sensación que podía tener el general que protagoniza la novela de Gabriel García Márquez, "El otoño del Patriarca", cuando se encuentra solo en su palacio enfrentándose a la muerte.

…había sido cuando menos lo quiso… se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito… había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo… pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad…".

Y ahí estamos nosotros, los ciudadanos, siendo los generales desahuciados, olvidados por los gobernantes empeñados en dirimir otras batallas, otras guerras, otros mundos, que nada o muy poco tienen que ver con el que nos ocupa. La insensibilidad es tan atroz, tan cruel, que zanjamos el valor de la vida con una simple cifra. No vamos más allá porque no queremos o porque hemos sido capaces, que triste, de dejar a un lado, de obviar aquello que suponga para nosotros más carga emocional de la que ya soportamos. Cuarenta mil muertos en España, casi doscientos en Almería, tienen más valor que cualquier otro dato con el que cada día nos bombardean. Porque aquellos que no tienen en cuenta a sus muertos, que los arrinconan en los cajones de la despensa de la memoria, están condenados como el propio general de la novela de García Márquez a la soledad futura, al olvido presente y al dolor futuro. Por el bien de la sociedad en la que vivimos, se hace necesario identificarse con el dolor ajeno para tener cerca las armas con las que enfrentar el propio y el colectivo que tratamos de apartar como sea de nuestros dominios. Si no lo hacemos, alejamos valores de principios y de nobleza que van concatenados y unidos al ser humano. Todo lo demás es rebajarnos a la bobería y a la locura que, por desgracia padecen más de los que quisiéramos.

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