Avelino Oreiro

Viridiana en la T4

Ni es cielo ni es azul

23 de mayo 2025 - 03:08

Con la escandalosa y blasfema Viridiana, película rodada en España y distinguida con la Palma de oro en el Festival Internacional de Cannes en 1961, el cineasta aragonés Luis Buñuel metía un gol por la escuadra a la censura franquista, al tiempo que ponía sobre el tapete europeo el inquietante tema de la iniquidad, la vileza, el cinismo y la hipocresía de los marginados sociales. Eran los años del neorrealismo italiano, del Nuevo Cine Latinoamericano, de la patada cinematográfica al avispero social y la denuncia fílmica de la sordidez de los olvidados. El genio de Calanda se apuntó al carro pero imprimió a ese género contestatario un sello personal único, esto es, lo “buñuelizó” y lo hizo poblando su cinta de todo un tobogán de hambrientos, ciegos, lisiados, tullidos, coimas, rufianes, pordioseros y bichicomes. Vacunado contra esa santurronería progre que falsifica la pobreza representándola como un acaramelado museo de angelotes de alas zurcidas y sonrisa mellada, Buñuel reeditaba la versión desengañada y barroca que la literatura española nos ofrece sobre la vida de los menesterosos, desde el anónimo Lazarillo hasta Divinas Palabras de Valle Inclán, pasado por Misericordia de su admirado Galdós. Con todo y eso, pienso que, en la creación de esos personajes rijosos y atrabiliarios de Viridiana, el director aragonés cargó demasiado las tintas sobre el carácter luciferino e irredento de la maldad que percudía las almas de esa cuerda de desgraciados. Un comunista como él debió caer en la cuenta de que la molicie, la pereza o la fobia al trabajo no llenan tanto las calles de zarrapastrosos como sí lo hacen los cambios de ciclo del capitalismo o las mudanzas del paradigma de producción. Como, por ejemplo, esta última crisis, que se ha saldado con la práctica muerte civil de miles de hombres y mujeres que, sin comerlo ni beberlo, se han visto degradados a mendigos buñuelescos, ninguneados, expelidos por el sistema y, como sabemos por las noticias, arrumbados en las catacumbas de una terminal de aeropuerto, a la espera de que una administración (el Ayuntamiento de Madrid, el Ministerio de Transportes, qué más da) se decida a dar la orden de desahucio a golpe de porra. A diferencia de las viejas iglesias, los templos de la sociedad de consumo que son los aeropuertos no quieren mendigos en su seno, y menos aún si estos tienen un dni español y un contrato vigente que demuestra su esclavitud asalariada.

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