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Cuando hablamos de virus solemos pensar en los graves problemas que causan a las personas, pero los humanos no tenemos la exclusividad, ni siquiera los animales en general. También existen virus que atacan a las plantas y pueden generar pérdidas significativas en la producción.
A diferencia de los animales, las plantas no producen anticuerpos ni cuentan con glóbulos blancos, pero cada una de sus células forma parte de un sistema inmunitario propio. Primero actúan las barreras físicas y químicas, que dificultan la entrada de patógenos. Si estas se superan, se activan mecanismos como el refuerzo de la pared o la muerte celular localizada. Sacrifican tejido infectado para aislar al patógeno. Esta estrategia de tierra quemada tiene un coste agronómico, puesto que provocan que los frutos pierdan su valor comercial. Incluso se han desarrollado vacunas.
Un aspecto complejo es que las plantas pueden estar infectadas sin mostrar síntomas, hasta que sufren estrés, por ejemplo, por falta de luz en días nublados. Esto complica la detección y favorece la propagación silenciosa del virus.
Históricamente, la sanidad vegetal ha estado ligada al control de vectores. Durante décadas, la estrategia se centró en reducir las poblaciones de mosca blanca y trips, responsables de transmitir virus como el de la Cuchara o el del Bronceado. La auténtica revolución verde, basada en el control biológico y el manejo integrado de plagas, permitió disminuir la incidencia y consolidar un modelo más sostenible.
Sin embargo, la detección en 2019 del virus del Rugoso en Vícar supuso un cambio de paradigma. Este tobamovirus no depende de insectos para su dispersión; se transmite por contacto mecánico a través de herramientas, ropa, manos, agua o restos vegetales y, de forma crítica, por la semilla. Su presencia ha impuesto una cultura de bioseguridad, restringiendo accesos y exigiendo protocolos de desinfección estrictos.
La batalla no se centra únicamente en la higiene, sino que la mejora genética es ahora un arma estratégica para desarrollar nuevas variedades tolerantes o resistentes.
El virus del Rugoso nos recuerda que nada es estático, tampoco la sanidad vegetal. Afortunadamente, Almería cuenta con una capacidad de reacción rápida, inversión en I+D+i y un tejido técnico altamente profesional, factores que permiten afrontar estos retos con garantías.
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