Tribuna

Javier Soriano

Coronel de Infantería DEM en Reserva

Lepanto en la guerra de los 300 años

Esta victoria frenó la expansión turca en el Mediterráneo, salvándose Europa de la doble pinza otomana: la del eje del Danubio por tierra y la del mar Mediterráneo (norte de África)

Lepanto en la guerra de los 300 años Lepanto en la guerra de los 300 años

Lepanto en la guerra de los 300 años

Tenemos Este próximo 7 de octubre se cumplirán los 450 años de la batalla que enfrentó en la costa norte del estrecho que separa los golfos de Patras y de Corinto, en las inmediaciones de la localidad griega de Naupacto (entonces Lepanto), a una escuadra de galeras cristianas contra otra turca similar en número de efectivos. Venció la escuadra cristiana, una coalición formada por la Santa Sede, Venecia y nuestra Nación. Gracias a esta victoria, se frenó la expansión turca en el Mediterráneo, salvándose Europa de la doble pinza otomana, la del eje del Danubio por tierra y la del mar Mediterráneo (por el norte de África).

Aun siendo importante, la batalla de Lepanto no deja de ser un episodio más de la guerra que nuestra Nación mantuvo contra los corsarios turco-berberiscos, que ha sido la más larga y sangrienta que hemos librado, a la vez que poco conocida. Una guerra que se inició al término de la Reconquista en 1492, y finalizó oficialmente (aunque no realmente) con el tratado de paz hispano-argelino de 1786. Unos 300 años de guerra en el que hubo un periodo de alta intensidad que duró desde la derrota cristiana en Préveza (1538) hasta su victoria en Lepanto (1571).

La trascendencia de esta larga guerra que sufrimos es tal que, en estimaciones más conservadoras, los corsarios de Berbería pudieron haber capturado más de un millón y medio de cristianos para ser vendidos en el enorme mercado musulmán de esclavos, aparte de los millones que habrían muerto en sus ataques. Estimaciones que se elevarían a los más de 4 millones de esclavos capturados en conjunto durante la duración de la larga sombra otomana, junto con sus estados vasallos, entre los siglos XVI a XIX en Europa Central y el Mediterráneo, ya fuese por meros propósitos comerciales (el negocio de esclavos movía cifras escandalosas) o por las derivadas de acciones militares en los campos de batalla. Una tragedia humana sumida hoy en día en el silencio más vergonzoso, con el desarraigo de millones de cristianos capturados para su explotación animal o prostitución.

Los corsarios turco-berberiscos no sólo fueron utilizados por el imperio otomano en su proceso de expansión por el Mediterráneo, sino que desde sus bases en el Norte de África, atacaron sin cesar las costas y embarcaciones de las naciones cristianas. El litoral del levante peninsular quedó despoblado y sus tierras sin cultivar por el temor de los asaltos de los berberiscos. Las poblaciones costeras se desplazaron al interior (a kilómetros de la costa) para que los corsarios no pudieran desembarcar y en la misma jornada dar el golpe y regresar a bordo con el botín. Prueba de ello, son las numerosas localidades asentadas tierra adentro con el mismo nombre de sus homónimas de la costa, como por ejemplo: Premiá de Dalt y Premiá de Mar, Arenys de Munt y de Mar o Villasar de Dalt y de Mar, entre otras. Castellón, Valencia y Gandía con sus respectivos Graos, Pilar de la Horadada y Torre de la Horadada, Mazarrón, Motril y Soller, y sus puertos respectivos. La isla de Formentera, nuestra tierra más cercana a Argel, estuvo despoblada unos 200 años e incluso Felipe II llegó a disponer la evacuación de

Baleares. Precisamente, la expresión "No hay (o hay) moros en la costa" tiene su origen en las incursiones de estos corsarios en nuestras costas, que con el paso de los siglos, ha pasado a ser una expresión de uso popular para advertir que no hay (o si) peligros a la vista.

El continuo hostigamiento de los corsarios musulmanes provocó que las naciones europeas con sus litorales afectados e intereses comerciales en el área mediterránea, no se limitaran sólo a desplegar una estrategia defensiva. Los ataques a Túnez, Djerba, Argel, Orán y otros puntos de la costa norteafricana, que algunos podrían interpretar como acciones con un afán expansionista, tuvieron el objetivo fundamental de acabar con los santuarios de estos corsarios. Y a pesar del tratado hispano-argelino de 1786, fue realmente la conquista de Argelia por Francia en 1830 la que puso fin definitivamente a los ataques del corso de Berbería sobre nuestra población y rutas de navegación en el Mediterráneo.

Por ello, en el 450 aniversario de la victoria en Lepanto, no vendría mal recordar que, además de su importancia estratégica en la lucha contra el Imperio Otomano, fue una importante batalla en el marco de la guerra más larga (300 años) que hemos sufrido en nuestra historia.

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