Faro de Almería

Me vienen a la memoria las tardes ajadas mirando la playa de San Miguel y los paseos hacia el Faro de Almería

Ya desde niños aprendimos a vivir con el mar en el pecho.

Aprendimos a saber que los faros tienen vida, que por el día cuentan las gaviotas que huyen de los que zarpan.

Que por la noche nos señala un horizonte en plata.

Yo no nací en el Zapillo, pero crecí en él. Edifiqué mis últimas estancias a través de sus calles. Escribí mis cuadernos más íntimos. Oliendo la sal.

Buscando la roca horadada por el golpe de olas. Buscando la luz del puerto en las noches de noviembre, mientras mi cuerpo avanzaba inextinguible hacia una guerra que no nos pertenecía. Mientras que mis labios buscaban el pan de tu boca.

Aún siendo unos pobres niños de la tierra, siempre nos enseñaron a vivir con el mar en el pecho. A buscar la luz en la noche más oscura. A descifrar el lenguaje de los faros a pesar de nuestra hambre y de nuestras pobres victorias.

Me vienen a la memoria las tardes ajadas mirando la playa de San Miguel y los paseos hacia el Faro de Almería. Cómo aprendíamos de su trabajo callado y humilde guiando los sueños de los buques.

De cómo al norte, la Alcazaba, insigne, nunca se rendía a pesar de los siglos.

De cómo al sur, el horizonte en llamas nos esperaba, mientras que luchábamos contra la soledad de los pesqueros atracados en la madrugada.

Somos un pueblo honrado de trabajadores sencillos, que vivimos puntualmente, como las horas de un reloj cuando muere sobre los tejados.

Seguimos siendo los niños que aprendieron a llevar el mar en el pecho, observando cómo a la llegada del ocaso nos convertimos en los vigías de las noches, cómo imploramos un pedazo de indolencia o cómo nos transformábamos en la casa ausente donde sucumbían todos los barcos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios