Historia de la tradición belenística

El belén es un aldabonazo a la nostalgia, pero también a la ilusión. Y además un arte y un guiño a la fe. En Almería hay una gran tradición belenística

El aguinaldo y la Navidad

Belén de la capital almeriense / D.A.

Millones de hogares disfrutarán con uno de esos momentos centrales de toda la liturgia navideña que se precie de serlo. Una cita que se aguarda con la ilusión renovada que supone de facto el arranque de la celebración fundamental para el cristianismo. Es una obra familiar, pues suele ser costumbre que padres e hijos participen en el montaje de la representación de la llegada de Jesucristo al mundo en aquel pequeño establo en Belén, acompañado de un reparto interminable de personajes que recuperan su lugar año tras año a través de figuritas inconfundibles. En nuestro imaginario personal, familiar y cultural, el belén nos regala estampas sentimentales y emocionantes en un retorno al pasado desde el presente, un bucle feliz que nos emplaza siempre a un encuentro entusiasta con la tradición, el arte y la fe. Hasta aquí, el belén conocido popular, el que todos tenemos en mente, porque fuimos o somos “arquitectos-diseñadores” de esos escenarios bíblicos de aquella Judea de hace más de dos milenios. Más de ocho siglos de historia belenística hablan de un fenómeno extraordinario más allá de su dimensión religiosa que, por supuesto, es consustancial como lo demuestra además que el primer nacimiento del que se tiene constancia fuera obra de San Francisco de Asís, en Greccio (Italia).

Fue allá por el año 1223, quien organizó en el paraje italiano una versión del acontecimiento con la ayuda de las gentes del lugar y animales vivos. Meses más tarde, Francisco de Asís recibió de forma dolorosa los estigmas en sus manos, pies y costado, por lo que se le considera el primer humano que padeció las heridas de Jesús en la tierra. Sus dos últimos años de vida fueron de una agonía terrible por los grandes estragos que había soportado su cuerpo. Falleció el 3 de octubre de 1226, siendo canonizado solos dos años más tarde. En 1980 el papa, Juan Pablo II le proclamó patrono de los ecologistas.

El ejemplo fue seguido luego por Santa Clara, que lo difundió por todos los conventos de la orden franciscana. Pero el testimonio más antiguo que se encuentra de un verdadero Belén, con figuras y no con personas, data de 1252, en el monasterio de Füssen, Alemania. Luego a partir del año 1300, con el pontificado de Juan XXIII, la difusión fue más allá, llegando a nuestras fronteras. Los primeros belenes que se vieron en España fueron realizados por capuchinos en las ramblas de Barcelona. Más tarde la costumbre llega a Madrid y ya, en el siglo XVIII, el rey Carlos III, tras u llegada desde Nápoles (donde la tradición gozaba de gran auge) encargó a artesanos valencianos un belén para su hijo Carlos IV. “El belén del príncipe”.

Pequeñas obras de arte por sí solas, las figuras del belén constituían un adorno para el altar o el salón dentro del sector más elevado de la sociedad; las cortes reales, la nobleza y el clero. Buen ejemplo de este tipo de figuras lo tenemos en la escuela napolitana o el maravilloso belén de Salzillo, en Murcia.

La afición por los belenes no tardó en extenderse por todos los rincones y clases sociales, pronto apareció un tipo de figurilla popular más tosca, que era elaborada por sencillos artesanos. Ya por el siglo XIX, apenas había una casa en el país, desde la más distinguida a la más modesta, que no montara su belén en los días señalados.

Actualmente la tradición de hacer un belén está viviendo una edad de oro, después de haber pasado una crisis con motivo de la introducción de las modas anglosajonas. Ninguna moda venida de fuera podrá borrar la historia en la que los belenes, pesebres o nacimientos, en la que la representación del nacimiento de Jesús está formada por San José, la Virgen María y el Niño, arropados por una mula, un buey y rodeados de pastores.

Aires flamencos: las zambombas

Por Navidad, el flamenco es una forma de expresión del sentimiento tradicional. Los villancicos, por su parte reflejan también, de forma muy especial, estas entrañables fiestas. Desde tiempos lejanos, existen las “zambombas flamencas”. Sus orígenes las sitúan en la zona de Jerez de la Frontera. Se localizan en las convivencias que se organizaban en los patios de las casas de vecinos, donde se compartían comida, vinos y cante.

La tradicional zambombada de Jerez / Manuel Aranda

La “zambomba flamenca” es una fiesta popular navideña que se celebra alrededor de una candela, en un patio o en la calle, en la que se cantan villancicos flamencos mientras se degustan los aperitivos preparados para la ocasión. En nuestra capital, año tras año, van tomando más arraigo las famosas zambombas flamencas.

Sus letras y ritmos formaban parte de la cultura popular, participando de forma espontánea los propios amigos y curiosos que se acercan, para disfrutar de la fuerza de este arte. Para el pueblo gitano, la Navidad supone un momento muy especial en sus vidas, expresan su arraigo y cariño mediante compases, bailes y cantes. Hoy día, la “zambomba flamenca” está de moda, pero no es una novelería: el fenómeno hunde sus raíces en el s.XVIII y se afianza con fuerza, a lo largo del XIX. Una fiesta flamenca peculiar del cante flamenco donde no existe una diferenciación entre espectador que disfruta y el cantaor que deleita, pues disfrute y deleite son oficio de todo el que quiera unirse al evento. La zambomba de la Navidad no es coto vedado para puristas y artistas profesionales. Es la fiesta de todos: Tradición, convivencia y flamenco. Durante las semanas previas a la Navidad, las calles se llenarán de luces, de decoración navideña y música. La zambomba flamenca es mucho más que una fiesta: es un ritual de convivencia que une generaciones en torno a la música y la alegría compartida por ser Navidad.

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