La Casa Museo de Ibáñez inunda de arte el municipio de Olula del Río
Andrés García Ibáñez, versátil y ecléctico, es reconocido internacionalmente El Museo Casa cimentado en la Olula natal del pintor es la Meca de la expresión artística en Almería
Cuentan que en Olula del Río hay un Museo Casa. Es totalmente cierto. Quienes han tenido la inteligencia sensitiva de visitarlo, dicen que el Museo Casa Ibáñez alberga a Sorolla, Tápies, Goya, López, Perceval, Golucho, entre una excepcional enumeración de ilustres firmas. Es cierto, sin llegar al acierto pleno porque se ha de añadir el espíritu creativo y multidisciplinar de Ibáñez. A la vista están las obras creadas por el artista Andrés García Ibáñez y también las que ha adquirido a lo largo de su trayectoria y definen parte de su universo estético y sus preferencias artísticas. Esto sí es cierto aunque no apropiadamente explícito si de describir un lujo cultural se trata. Seguramente el Museo del Prado no sería el mismo de no estar ubicado en su Paseo madrileño, como el Museo Casa Ibáñez sería otro de no hallarse en Olula del Río.
Blanco, de color blanco de luna llena y azul, de color azul Almería, el Museo Casa Ibáñez ya es ciertamente rotundo antes de entrar en él. Una gran puerta prende la atención "especialmente de los niños", apunta Andrés García Ibáñez, "más que de los adultos. La puerta pasa un poco desapercibida porque la gente camina rápido por delante y al estar toda pintada de azul incluidos los cuarterones, la gente no se da cuenta de que en cada cuarterón hay una cabecita. Como los niños son más bajitos y pasan restregándose por los sitios, todos la detectan al momento; de hecho, hay unos niños del pueblo que vienen periódicamente nada más que a mirar las cabecitas y pasan el rato". Andrés García Ibáñez quería darle al edificio una puerta no monumental, "pero sí de carácter singular y escultórico. Barajé muchas ideas, incluso fundir una puerta en bronce pero por motivos económicos acabé haciendo una cosa modesta".
Se consumía el año 2004, época en la que el pintor estaba metido de lleno en la serie Los putrefactos. De todos los personajes que aparecen en esos cuadros Andrés Ibáñez tomó 12 arquetipos diferentes: el cura, el cacique, el guardia civil, la folclórica, la marquesa, el rey, el obispo, el penitente, "un poco los iconos de la España nacional católica y profunda", indica Ibáñez. "Cogí las cabecitas de los personajes que aparecían en los cuadros", relata el artista, "las modelé, hice alto relieves con plastilina dentro de pequeños cuarterones, luego se sacaron moldes y los positivé en resina de poliéster para que fuera un material que resistiera la intemperie. La puerta se hizo de madera y en cada cuarterón se colocó su relieve. Tiene ciento veinte cuarterones y como son doce personajes diferentes, cada uno de ellos está repetido diez veces. Esta era la idea. Irónicamente, cuando alguien me pregunta, yo digo que Ghiberti hizo las Puertas del Paraíso, Rodin las del Infierno y yo he hecho la de los Putrefactos". Rara vez se abre esta puerta si no es para la entrada de material voluminoso, caso de La mujer de Coslada, de Antonio López, que llegó a Olula del Río troceada en cinco piezas y se hubo de abrir la puerta para poder meterlas.
Una puerta obra de arte en sí misma , vaya, Obra de Arte con ciento veinte figuritas y un artista con una persona fundamental en su vida: su abuelo. Ibáñez confiesa en entrevista que "la figura de mi abuelo es decisiva. Si él no hubiera existido, probablemente yo no sería pintor ni tendría el más mínimo interés por el arte. Yo viví con él hasta los seis años; fue quien introdujo dentro de mí el chip de la enfermedad. Él hacía de todo; pintura, talla, dorado, muebles, músico, inventor, pero sobre todo era un gran artesano. De todo ese mundo de posibilidades me dirigió hacia la pintura. Yo empecé siendo un artesano de la pintura, todo artista lo es durante toda su vida, y lo que es más importante, aprendí el amor por el trabajo".
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