Crónicas desde la ciudad

Convento de Las Puras (XIV): Expolio (I)

  • La prelatura de Andrés Rosales Muñoz resultó especialmente lesiva a los legítimos intereses de Las Puras. Con él perdieron, sin compensación justa, parte de su terreno conventual

Canónigo Eusebio Sánchez

Canónigo Eusebio Sánchez

Expoliar: Dícese de la acción de despojar con violencia o iniquidad. Iniquidad: Dícese de la maldad o injusticia grande. Y mayor aun, apostillamos al DRAE, cuando el hecho aflora desde dentro, de sus propias filas. No en vano el refranero popular, generalmente acertado, sentencia que la peor cuña es la de la misma madera. La pérdida patrimonial de Las Puras, recibida en testamentaría de Gutierre de Cárdenas, comenzó con el levantamiento morisco del siglo XVI y la anexión a la Corona de Castilla de bienes propios en pueblos del río Andarax, recuperados en parte tras enojosos pleitos en la Chancillería de Granada (Junta de Población) gracias a un Real Mandamiento de Restitución en marzo de 1578. Continuó con el pase al Municipio de las huertas que alcanzaban la falda de la Alcazaba, aunque de estos lances no hemos hallado documento que lo corrobore en el Archivo “Adela Alcocer” (AMAL) de la calle Arráez. 

La merma finalizó, o casi, con las sucesivas desamortizaciones por el Estado de “tierras en manos muertas”. En su afán recaudatorio para atender inaplazables necesidades de la Hacienda pública, al borde de la bancarrota, se incluía la enajenación de aquellos monasterios (y fondos dotacionales) que tuvieran menos de veinte profesas; a las dedicadas a la enseñanza le asignaron 5 reales/día y al resto de monásticas cuatro. En el caso de Las Puras, le concedieron graciablemente tres pagas añadidas: para el capellán, sacristán y corista, amén de ayudas económicas a las aspirantes pobres. Pero todavía, antes y después, le aguardaban el expolio del obispado almeriense.

CapellánEntre los más firmes valedores de Las Puras de todos los tiempos cabe señalar muy especialmente la figura del sacerdote Eusebio Sánchez Sáez (1834-1907): párroco de Lubrín canónigo lectoral (1870), arcipreste de esta catedral (1889) y aspirante a vicario general, además de varios lustros capellán, confesor y mayordomo de La Purísima (aquí profesaba su sobrina Dolores de Haro). En abril de 1875, el vicario capitular en Sede Vacante (al morir Andrés Rosales y a la espera de su sucesor, José María Orberá Carrión), en informe a la Nunciatura, señala la precariedad por la que atraviesan: 

Cada vez las religiosas son más ancianas y sin ninguna nueva profesión. El edificio está ruinoso… Como Vicario estamos haciendo gestiones, interpretando los sentimientos de los diocesanos, que hagan venir religiosas de otros conventos, porque si no se incautarán de este convento. Hay una Concepcionista de 65 años y tres Claras de 67, 70 y 72 años. Es inminente el peligro de perder el único convento de la diócesis. Por otra parte hay jóvenes en Almería ciudad y en la diócesis que quieren vida religiosa, pero tienen miedo a la indisciplina (dos de estas clarisas marcharon prontamente a su nuevo domicilio junto a la ermita de San Antón).

Nos cuenta el cronista de la ciudad, Francisco Jover, que Eusebio Sánchez, a la sazón un joven metido en la treintena, salió de nuestra ciudad el 15 de octubre de ése 1875 –-había obtenido permiso de Orberá, ya asentado en la silla de San Indalecio- en busca de profesas de la Purísima que viniesen a restaurar el monasterio. En su viaje recorrió todos los conventos de España, sin que encontrase voluntarias que se prestasen a correr los riesgos del viaje y las molestias y estrecheces que esta mansión ofrecía. Hasta que en Guadalajara encontró a la prelada y fundadora de varios conventos en España y Francia, sor María de los Dolores y Patrocinio, (Patrocinio de las Llagas) que allí residía. Expuestas las razones de sus deseos y las causas de la decadencia del convento y de los proyectos, acogió la idea del Lectoral y se prestó a que tres compañeras suyas de Guadalajara vinieran a Almería, así como otras dos de Madrid, procedentes todas del extinguido convento de La Granja y El Pardo. Vía Murcia y Vera, a finales de noviembre llegaron a la capital. A aquellas se sumarían un trienio después otras sores de velo negro dedicadas a la enseñanza. Este fue el mejor servicio que proporcionó a la orden franciscana femenina; al que debemos sumar su empeño en la mediación del escabroso asunto del expolio por el obispado de terrenos comunitarios, hecho que abordaré en el próximo capítulo. Dando cuenta igualmente del mal avenido vecino –según épocas- Seminario Conciliar de San Indalecio, desde su precedente Colegio de Acólitos, aledaño a la primitiva mezquita-catedral almedinera, hoy iglesia de San Juan.

Ilustrado y políglota, dueño de una magnífica biblioteca, de natural afable y probada generosidad, Eusebio Sánchez Sáez falleció a los 73 años de edad a consecuencia de una endocarditis crónica. Vivía en la calle La Fuente nº 3 (actual Beatriz de Silva), a cien metros del “compás” del convento, y está enterrado en la bóveda que el clero Catedral y Parroquial posee en el segundo recinto del cementerio de San José. Pero antes, en sus años mozos, hubo de luchar, casi infructuosamente, con el cordobés Andrés Rosales Muñoz (1807-1872), uno de los más nefastos prelados del episcopologio almeriense.

Obispo Obispo

Obispo

ObispoTras distintos destinos eclesiásticos, Rosales fue preconizado obispo de Jaén y en 1864, con idéntico rango, de Almería, a la que por su excelente clima vino trasladado por padecer de “herpes y sarna agresiva”. Dolencias que unidas a una perlesía aguda (hemiplejía) lo tuvo invalidado durante su mandato, de balneario en balneario o largas temporadas en Enix. Senador vitalicio (1861) por decisión de Isabel II, se decía que estaba más pendiente de halagar el poder político de O´ Donell que de atender a la diócesis. De carácter agrio, no dejó de quejarse de su nuevo destino y sus habitantes (“caliente en lo físico como frío en Religión”), manteniendo serias disputas con cualquier clérigo que se le antojase. Hasta cuándo, preguntaba uno de ellos al nuncio apostólico en Madrid, hemos de tener un obispo loco (…) Cuándo podrá remedio a los grandes males que vienen a esta diócesis de la locura de su obispo.

Pese a que el canónigo-archivero Juan López Martín (“La Iglesia de Almería y sus Obispos”, 1999) trata de minimizar sus desafueros, se ve forzado a párrafos de este calibre, ejemplarmente ilustrativo en cuanto a nuestro tema. Corría 1867 y a él llegaremos:(…) Las víctimas esta vez son las pocas religiosas del único monasterio existente en la ciudad. Ha agregado un terreno al seminario, propiedad del convento de las Puras, construyendo en propiedad de las monjas. Para ello ha destruido una capilla de fundación de San Juan de Nepomuceno (la que comentábamos que erigió Francisco Pérez de Perceval) y entre otros hechos ha prohibido a los canónigos confesar a las monjas 

La carta al nuncio Barili se la envía su secretario de cámara y gobierno, el canónigo lectoral, Francisco de Paula Espinosa, buen conocedor del paño. Dado por enterado, la repuesta no puede superarse en cinismo: “Que no sabe nada directamente de las monjas y por tanto no debe intervenir”.  

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