La mirada zurda
Antonio Guerrero
¿Puede una IA tener conciencia?
EN ocasiones he comentado la supuesta aparición "milagrosa" de una imagen en un viejo caserón del tramo alto de la calle Real. La reitero con el deseo de que el mayor número posible de lectores conozca la historia. El Cristo del Portal -o de los Carboneros, al adoptarla ese gremio como su patrón- goza de una leyenda urbana nacida en el corazón generoso de una dama almeriense del s.XVI. Pese a su antigüedad, la tradición no está suficientemente arraigada, le faltó la natural oralidad de generación en generación que la perpetuara. A ello tampoco ayuda la dificultad de acceder a la habitación donde se halla y a la ausencia de signos externos que lo identifique en el inmueble donde se conserva (en su honor, calle del Santo Cristo).
Cierta noche, a la hospedería del regidor Alonso de Solís acudió un peregrino de aspecto mísero y ropajes raídos a pedir posada. Los sirvientes le impidieron la entrada, pero la esposa de Solís se compadeció y mandó acomodarlo discretamente debajo de la escalera al piso principal. Al amanecer del día siguiente el enigmático personaje había desaparecido sin dar razón de su venida y estancia en Almería… Aunque dejando un valioso presente en muestra de agradecimiento: sobre la pared resplandecía un notable Crucificado pintado con carboncillo. La noticia se adueñó de la ciudad, siendo desde entonces lugar de peregrinaje popular.
Pasado el tiempo el negocio cambió de manos, aunque el dibujo original - o una fiel copia- se mantuvo en la nueva casa construida. En mayo de 1842 así figuraba en el listado que nos viene ocupando sobre retirar de la vía pública imágenes religiosas en evitación de posibles ultrajes. Juan José Jiménez, en nombre de su propietario Francisco Vázquez Capilla, se dirigió al Ayuntamiento en estos términos:
La sagrada efigie del Santo Cristo del Portal está dibujada y retocada en la pared donde existe hace muchos años y pertenece a mi principal (…) He dispuesto que delante de la Imagen se ponga un lienzo blanqueado que lo oculte de la exposición pública y evite así su profanación (… ) Conservando el derecho de propiedad declarado inviolable por la Constitución del Estado…
Posteriormente, en el mismo lugar se estableció el rico terrateniente López de Sagredo y su mujer Magdalena Escolano, quienes en ese espacio colgaron un cuadro del Nazareno en su expiración. Desapareció en la guerra y en su lugar el almeriense Jesús de Perceval pintó una réplica sobre fondo tenebroso que rememora el Gólgota. El lienzo es de bella traza barroca, expresión trágica e inspirado realismo. El carcomido marco en que está enclavado lo remata un fino doselete adamascado. En mi opinión, alguien debería negociar con los propietarios actuales su rehabilitación y apertura a la contemplación general.
DE BELÉN A LAS
CUATRO CALLES
Concluimos la triada de artículos dedicados al expediente "Sobre quitar de las calles las efigies de varias imágenes para evitar los desacatos consiguientes", incoado el 8 de mayo de 1842 por el jefe Político y Militar, Gerónimo Muñoz. Desde la legalidad constitucional trataban de reconducir las manifestaciones religiosas externas al interior de los templos y recintos específicos; debiendo a tal fin ocultar o trasladar a las parroquias tallas y pinturas de vírgenes y cristos. Nos quedaban tres por glosar.
María de los Dolores Careaga (nombrándola como María de Góngora, es decir, el apellido de su esposo) retiró la suya sin señalar si la conservó en su casa o la llevó a alguna iglesia. Se hallaba en la placeta de Belén (Campo de los Mártires), en el paraje donde se alzó la Cruz de Humilladero; vecina por tanto de la ermita de Belén y del primitivo cementerio construido durante la invasión francesa a principios del XIX. En la zona, décadas más adelante, el obispo José Mª Orberá erigió un convento para las Siervas de María y la capilla de San Blas, patrono de los afectados de difteria, vulgo garrotillo. Igualmente edificaron, como es sabido, la actual plaza de toros.
Ningún problema hubo tampoco con la de la calle Pizarro, en la Almedina, próxima a las de Narváez y Soto (aquí se encuentra, restaurada, una cruz penitencial del siglo XVIII). Un auxiliar del Archivo Municipal, Bernardo Martín, manipuló el dato afirmando que se trataba del Cristo de la Buena Muerte y que fue donado al convento de Las Puras. Nada más lejos de la realidad. El 10 de agosto de 1842 su legítimo dueño, Lorenzo Lozano, acusó recibo a la advertencia municipal:
Consiguiente al oficio de Su Ilustrísima fecha 4 del actual, se ha quitado de la expectación pública y trasladada a la Parroquia del Sagrario la efigie de los Dolores que se encontraba en la calle de Pizarro. Lo que pongo en conocimiento de V.s. en cumplimiento del referido oficio.
Asunto aclarado, aunque yo no la he visto inventariada dentro del patrimonio iconográfico del Sagrario de la Catedral. Hubo igualmente dificultades con la Virgen que presidía una hornacina en las Cuatro Calles (esquina a Eduardo Pérez; frente a una empresa de pompas fúnebres). El hacendado José Vílches, sobrino y albacea de José Belver, no estaba seguro a quien pertenecía al no especificarse en el legado de su tío. El Ayuntamiento le conminó a que la retirase en el plazo de ocho días y que posteriormente averiguase a quien le correspondía en Derecho.
ALMEDINA
Elías Rodríguez Picón -consagrado escultor e imaginero onubense de Rociana del Condado- tiene repartida su obra profana y religiosa por prácticamente toda Andalucía. Y en Almería, ahora, con el Stmo. Cristo del Gran Amor de la Almedina, bendecido el mes de enero en la iglesia de San Juan. Con la colaboración de familiares y amigos, fue adquirido por Baltasar Giménez Campuzano (29/06/1959), estando hoy expuesta al vecindario en los bajos de su domicilio de Almedina nº 40; calle por la que en el siglo XVIII transcurría un víacrucis hasta la Alcazaba y del que a la "estación" restaurada en c/. Soto se le sumarán dos más en el propio barrio. Tres centurias después, esta se incorpora a aquel recorrido penitencial.
Un barroco crucificado en su Expiración ("quiero un Cristo aún no contemplado en Almería") era la ilusión ya cumplida del estimado cofrade. A tamaño natural (185 cm.) y labrado en cedro, presenta la singularidad de dos clavos en sus pies en lugar de uno y ojos de cristal (uno de ellos atravesado por una vía de sangre). A juicio de los expertos se trata de una obra notabilísima en su tratamiento anatómico, de gran realismo, dramática expresión y reminiscencias manieristas, al igual que el sevillano Cristo del Museo (Marcos Cabrera, 1575). En especial el espasmo agónico que le confiere una suave curvatura serpenteante hacia la derecha ("aunque por estar representado en el momento inmediatamente anterior a la muerte se mantiene rígido, con el tórax henchido, el rostro con los labios abiertos y mirada elevada, expresando sus últimos instantes de agonía"), el airoso paño de pureza anudado al costado y la corona de espinas, "tallada separadamente de la cabeza".
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