Pueblos fantasma de Almería: una ruta por la historia olvidada de casi 100 lugares
En un centenar de aldeas y cortijadas de la provincia de Almería apenas queda algún vecino o están ya desiertas
Alerta roja en 22 municipios de Almería: les prometen ayudas para no desaparecer
Bacares y sus cortijadas: memoria de un mundo rural en extinción
El cambio demográfico que ha vivido Almería en el último siglo ha sido tan profundo como silencioso. La provincia ha desplazado su centro de gravedad desde las montañas hasta la franja litoral, dejando tras de sí un vacío cada vez más evidente en el interior. Si a comienzos del siglo XX más de la mitad de los almerienses vivían en municipios de interior, hoy la realidad es radicalmente distinta: con el doble de población, casi el 80 % se concentra en la costa. Este éxodo rural ha borrado del mapa decenas de aldeas y ha dejado a muchas otras al borde de la desaparición.
Más de un tercio de los municipios almerienses cuentan con menos de 500 habitantes. Localidades como Alcudia de Monteagud, Alicún, Bacares o Velefique, en la sierra de los Filabres, o Paterna del Río y Rágol, en la Alpujarra, apenas consiguen retener a sus vecinos. La fuga de población afecta también a núcleos de interior como Las Tres Villas, Alcóntar o Alboloduy, donde cada año se pierden servicios y aumentan las viviendas vacías.
Mientras tanto, el crecimiento demográfico se concentra en tres polos principales —Almería, Roquetas de Mar y El Ejido— que ya suman el 55 % de los habitantes de la provincia. El contraste es tan marcado que el dinamismo del litoral parece acelerar el declive de las sierras y valles interiores, donde los ayuntamientos luchan contrarreloj por revertir la tendencia. Programas de empleo joven, promoción del turismo rural y planes de vivienda pública son algunas de las herramientas que se ponen en marcha para frenar la sangría.
A este panorama se suma un dato revelador: en Almería existen 68 núcleos prácticamente deshabitados y 22 municipios en riesgo alto de despoblación. Son lugares que han perdido casi toda su vida comunitaria y en los que apenas quedan algunos vecinos, si es que queda alguien. Cada uno de estos núcleos es un recordatorio del impacto real de la despoblación: calles vacías, escuelas cerradas y campos que se abandonan, una radiografía de lo que podría ser el futuro de buena parte del interior si no se actúa a tiempo.
Un camino sin retorno para los pueblos olvidados
La situación actual no es nueva en la historia de Almería. El fenómeno de la despoblación ya ha cobrado su precio en el pasado, dejando un rastro de pueblos fantasma. Hay numerosos núcleos que han quedado prácticamente deshabitados.
Mancheño (Los Vélez)
En lo profundo de Los Vélez, Mancheño surgía como un pequeño pueblo de calles paralelas, donde la vida giraba en torno al cereal y al pastoreo de ovejas y cabras. Los vecinos compartían su existencia en un entorno austero, sin escuela ni festejos propios, y tenían que acudir a pueblos cercanos como Topares para cualquier actividad social. Nunca conocieron la luz eléctrica, y fue una nevada intensa en 1978, que dejó incomunicados a sus habitantes durante cinco días, la que precipitó el abandono definitivo, llevando a todos a refugiarse en Elche.
Febeire (Velefique)
Febeire, un anejo histórico y hoy despoblado del municipio de Velefique, emerge como un valioso testimonio de la vida en la Sierra de Filabres de Almería, y su existencia está sólidamente documentada en fuentes tan relevantes como el Libro de Apeo de Velefique y Febeire del siglo XVIII. Este enclave, considerado un tesoro oculto en la cara sur de Filabres, es un claro ejemplo de la arquitectura de pizarra característica de la comarca, con sus casas en ruinas asentadas estratégicamente a los pies de la antigua alcazaba de Velefique. Su estado actual, como núcleo completamente deshabitado, subraya la problemática de la despoblación rural, pero al mismo tiempo ofrece una oportunidad para la recuperación patrimonial y el desarrollo de un turismo cultural que valore la singularidad histórica y arquitectónica de la provincia almeriense.
Hueli (Sorbas)
A pocos kilómetros, Hueli ofrecía olivos, almendros y campos de cereal, pero carecía de servicios esenciales como escuela o cartero. La vida allí era sencilla, marcada por el ritmo de la tierra, hasta que a finales de los años 70 la última familia cerró las puertas, dejando el lugar convertido en un recuerdo silencioso.
Marchalico Viñicas (Sorbas)
Muy cerca de Hueli, Marchalico Viñicas florecía con sus cultivos de trigo, cebada, almendros y algarrobos. Sus habitantes, ingeniosos y festivos, inventaban celebraciones los domingos, pero la falta de agua potable terminó por secar los sueños de quienes vivían allí, y la emigración hacia Barcelona en los años 50 vació el pueblo casi por completo.
Portocarrero (Gérgal)
En los Filabres, Portocarrero combinaba el pastoreo con cultivos de patatas, garbanzos, olivos y almendros. Sus inviernos eran duros, con nevadas que cortaban caminos, y las sequías de la Rambla de Gérgal hicieron que los huertos murieran. Poco a poco, los vecinos se marcharon en los años 70, dejando solo restos de viviendas de piedra seca y pinturas rupestres que hoy narran su pasado.
Minas de Rodalquilar (Níjar)
Rodalquilar explotó oro desde el siglo XIX y alumbre desde el XV. Tras el cierre de la planta Denver en 1966, la población se disolvió y las minas quedaron en silencio, dejando solo vestigios de la actividad minera que un día dio vida al lugar.
La Olapra (Bacares)
Sin duda, la cortijada más importante y con mayor tradición histórica del término municipal de Bacares fue La Olapra. Su presencia se documenta ya en protocolos notariales del siglo XVI, y más de dos siglos después, en 1752, el Catastro de Ensenada, a través de las llamadas Respuestas Particulares, proporciona un detallado inventario de las propiedades que los vecinos poseían en este singular enclave.
El Cortijuelo (Bacares)
El Cortijuelo surgió como colonia industrial minera, con transporte aéreo de mineral y movimientos sindicales destacados, como la huelga de 1923. Tras la decadencia de la minería, sus casas quedaron vacías y los ecos de la industria desaparecieron junto con sus habitantes.
Benalguaciles (Alcudia de Monteagud)
Benalguaciles, dividido en Altos y Bajos, fue arruinado ya en el siglo XIX. Sus vestigios, dispersos entre la vegetación, hablan de un pasado olvidado en la comarca de Alcudia de Monteagud, donde la vida se desvaneció entre muros derruidos y calles vacías.
Cuesta Roca (Senés)
Cuesta Roca, un núcleo árabe medieval del siglo XV, conserva casas y silos excavados en la roca, con inscripciones que recuerdan la presencia musulmana. Su historia se adentra en siglos de tradición, testigo silencioso de culturas que dejaron su huella en la piedra.
El Arteal (Cuevas del Almanzora)
El Arteal nació durante la autarquía franquista en 1944 para albergar a trabajadores mineros. Con 900 habitantes, contaba con iglesia, escuela, hospital, dos cines y hasta un equipo de fútbol, el MASA C.F. Sin embargo, el cierre de las explotaciones en 1958 dejó al pueblo vacío, un recuerdo de la vida minera que una vez llenó sus calles.
Gilma el Viejo (Nacimiento)
Gilma el Viejo, con raíces almohades desde el siglo IX, ofrecía agricultura, ganadería y una mezquita reconvertida en iglesia. Con solo unas 20 construcciones, eras y un molino de harina, el pueblo resistió hasta que un corrimiento de tierra y el paso del tiempo lo abandonaron definitivamente en el siglo XIX.
Iniza (Bayárcal / Paterna del Río)
Iniza fue despoblado tras la Rebelión de los moriscos en 1568. Conserva restos de una iglesia mudéjar y un castillo estratégico con aljibe, mientras que el título nobiliario de Marquesado de Iniza sigue vigente, un eco de la historia que aún permanece.
Inox (Níjar)
Fundado en época musulmana, Inox quedó vacío en 1569. Situado a 650 metros de altitud en la falda de Sierra Alhamilla, contaba con un castillo nazarí, una maqbara y una mezquita, que hoy solo pueden imaginarse entre las piedras dispersas por el terreno.
Rambla Encira (Nacimiento)
Rambla Encira surgió gracias a las minas de hierro, con escuela desde 1925. Cuando la explotación minera se detuvo, la emigración vació el pueblo, que hoy forma parte del Camino Mozárabe de Santiago y puede recorrerse como ruta de senderismo, entre restos de su historia industrial y social.
Tristanes (Níjar)
Por último, Tristanes, en la comarca de Níjar, fue víctima de la emigración y la falta de servicios. Sus viviendas tradicionales de piedra aún permanecen como testigos mudos de la vida que un día llenó sus calles.
Un inventario de la despoblación almeriense
La larga lista de núcleos que han desaparecido en Almería no se detiene aquí. Se han perdido otros 18 lugares, entre ellos: Benimima en Benizalón, Cabrera en Turre y El Corra en Adra. También han desaparecido El Cortijo Real en Las Tres Villas y El Higo Seco en Níjar. El mapa del abandono se extiende por la provincia, con casos como El Mojonar en Chirivel, Fuente del Pino en Zurgena y Jemezi en Tahal. La misma suerte corrieron Las Alcubillas Bajas en Alboloduy y la Estación de Ferrocarril de Abla, que perdió a sus habitantes con el fin de su actividad.
La lista de la despoblación se completa con Los Borregos en Albanchez, El Barrancón en Bacares y Los Guardianes en Lucainena de las Torres. En la misma situación están La Solana en Beires, Los Orives en Huércal-Overa y Medala en Tahal. Otros puntos históricos, como Mojácar la Vieja y Teresa en Turre, también han quedado en el olvido, marcando un total de 31 núcleos de población que se han perdido.
Otros municipios despoblados
Almería cuenta con numerosos núcleos despoblados que mantienen la memoria de épocas pasadas, cuando la vida rural estaba más activa. Entre ellos destacan Benimima en Benizalón, Cabrera en Turre, El Corra en Adra y El Cortijo Real en Las Tres Villas. Otros como El Higo Seco de Níjar, El Mojonar de Chirivel y Fuente del Pino de Zurgena muestran la transición de pueblos activos a asentamientos casi vacíos, mientras que Jemezi (Tahal) y Las Alcubillas Bajas en Alboloduy reflejan el abandono progresivo de los pequeños caseríos. La Estación de Ferrocarril de Abla, Los Borregos de Albanchez, El Barrancón de Bacares y Los Guardianes de Lucainena de las Torres son claros ejemplos de núcleos que, aunque despoblados, conservan edificaciones históricas y restos de la actividad agrícola que antaño sostuvieron a sus vecinos. La Solana de Beires, Los Orives de Huércal-Overa, Medala de Tahar, Mojácar la Vieja y Teresa en Turre completan esta lista de asentamientos que hoy apenas superan unos pocos habitantes o están totalmente deshabitados.
Núcleos en el límite
Dentro de estos despoblados, algunos mantienen aún una mínima población. Derde, en Vélez-Blanco, alberga siete habitantes alrededor de una ermita. El Almendral, en Gérgal, y El Barranco del Infierno, en Albanchez, conservan uno y ocho habitantes respectivamente. El Cantal en Chirivel y El Cañarico en Carboneras muestran poblaciones de siete y ocho personas y siguen habitados, mientras que El Haza de Riego en Las Tres Villas y El Marchal en Macael, con dos y seis habitantes, resisten a pesar de su aislamiento. El Palomar, en Fines, tiene nueve habitantes, y El Saltador, en Lucainena de las Torres, se encuentra en ruinas con cuatro personas. Fuente Santa, en Gérgal, conserva a un único habitante y mantiene su estructura original.
Otros núcleos con poca población incluyen Gibiley en Huércal-Overa, con siete habitantes, Gilma en Nacimiento, con cuatro, y Gurrías en Adra, también con cuatro. La Carrasca, en Albanchez, y La Estación, en Nacimiento, apenas un par, mientras que otra Estación, en Las Tres Villas, conserva siete habitantes. La Fuensanta, en Huércal-Overa, alberga cuatro personas y mantiene su ermita en buen estado, mientras que La Fuente del Tío Molina, en Albanchez, conserva ocho habitantes. La Garrofa, en Almería, y La Mojonera, en Bacares, tienen nueve y uno respectivamente, mostrando la diversidad de situaciones dentro de los núcleos despoblados.
Almería también cuenta con muchos núcleos que, aunque aún conservan habitantes, tienen poblaciones extremadamente bajas y podrían desaparecer en pocos años si no se revitalizan. La Piedra de Zahor, en Albanchez, tiene cuatro habitantes, La Rioja, en Cuevas del Almanzora, cinco, y La Serrata, en Carboneras, apenas dos. Las Adelfas, en Abla, y Las Hilarias, en Serón, conservan nueve y seis habitantes respectivamente, mientras que Las Menas, en Serón, mantiene seis. Las Tablas, en Gérgal, cuatro; Los Blánquez, en Alcóntar, menos de cinco; Los Calesas, en Albanchez, también menos de cinco; Los Domenes, en Alcóntar, seis; y Los Geas, en Serón, nueve.
Otros núcleos con poblaciones críticas incluyen Los Jarales, en Lubrín, un habitante, y Los Milanes, en Abla, dos. Los Monjos, en Abrucena, conserva dos habitantes; Los Moras, en Adra, seis; Los Morillas, en Albanchez, ocho; Los Olivillos, en Lucainena de las Torres, cinco; Los Martenses, en Serón, dos; y Los Moralicos, en Turre, dos. Los Oquendos, en Vélez-Rubio, seis; Los Pérez, en Adra, cuatro; Los Piletas, en Nacimiento, cuatro y en ruinas; Los Porteros, en Tíjola, dos; Los Ramos, en Sorbas, ocho; Los Risas, en Sorbas, dos; Los Rojas, en Nacimiento, seis; Los Sanchos, en Nacimiento, tres; y Los Torrentes, en Vélez-Rubio, siete.
Finalmente, Pedro García, en Huércal-Overa, conserva tres habitantes; Piedras Blancas, en Las Tres Villas, uno; Pilancón, en Alcóntar, cinco; Pozo del Lobo, en Tíjola, cuatro y en ruinas; Quijiliana, en Sorbas, siete; Santillana, en Las Tres Villas, dos; Tices, en Ohanes, cuatro alrededor de su ermita; y Venta Ratonera, en Fiñana, ocho. Estos núcleos muestran la vulnerabilidad de los pequeños asentamientos almerienses y cómo la despoblación rural sigue siendo un fenómeno activo en la provincia.
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