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Y se subió a un pino verde. La casita encantada de Ciudad Jardín

Almería

En el conocido barrio de Ciudad Jardín existe un mágico lugar para niños y mayores que llama la atención por su singularidad: una casa en un árbol

Ilustración de la casita en el árbol de Ciuda Jardín / José Luis Ruz Márquez
José Luis Ruz Márquez

Almería, 29 de julio 2023 - 23:21

Es un placer pasear por las calles del barrio de Ciudad Jardín, tan tranquilo, tan formal y tan bonito… Aunque ha perdido mucho de su aspecto original, de la unidad que en los años cuarenta le imprimió su arquitecto Guilermo Langle bajo el común denominador del arco y la cal, ahora cuenta con una diversidad que te entretiene el paseo, siempre ameno por ser, como es, todo un muestrario de botánica y de ensoñaciones arquitectónicas de los vecinos… y pensando en eso iba entretenido cuando por la avenida de Juan XXIII entré en la calle Tarragona y, más de lo mismo, fue dar unos pasos y hete aquí que en la esquina del fondo divisé una estructura que a medida que me acercaba se iba dejando ver casa de madera entre las ramas de un árbol y a la que pronto tuve enfrente, mirándome de reojo y por encima del hombro, sin duda orgullosa de haberse encaramado, intrusa y traviesa, al reino de los pájaros.

Entonces fue cuando me pregunté qué a quién se debería aquella idea rara y hermosa que me acababa de cautivar de un flechazo y ya saben ustedes cómo ansía el enamorado saber todo de su amor: me rasqué la cabeza, la registré a fondo y en un rincón de ella hallé la existencia de algo que por bulerías me dijo un día: "yo me subí a un pino verde / por ver si la divisaba", que nada me aclaraba y ni tan siquiera estaba seguro de que se tratara de una casa ni por supuesto tenía idea de lo que quería divisar… Entre conjeturas y suposiciones, fui descartando posibilidades y al final llegué al convencimiento de que aquello era cosa de un niño ilusionado.

Así es que cuando en 1965 el señor de Bustos plantó un pino canario en el jardín esquinero de su casa de Tarragona 2, no se podía imaginar que estaba poniendo los cimientos y la estructura básica para la casa futura que allí levantaría su futuro hijo, Miguel de Bustos Diaz que ese era el niño responsable de tan peculiar obra, el crío que al nacer no traía, como todos, un pan bajo el brazo, sino un plano de casa de árbol, regalo de la diosa Ilusión. En su primer intento, y dada su corta edad, a lo más que llegó el niño fue a construir un cajón y subirlo a duras penas a las ramas más bajas de un árbol… pero fue titularse bachiller en el instituto Nicolás Salmerón y aquel infante se convirtió en el hombre-obra que, arquitecto, aparejador, maestro y obrero, construyó en 1998 su casa soñada en el árbol plantado por su progenitor.

Ilustración del autor de la casa del árbol de Ciudad Jardín / José Luis Ruz Márquez

Una casa en toda regla, descriptible en el posible anuncio como cualquiera otra al uso: salón, dormitorios, cocina, baño y dos terrazas, perfectamente habitable y la que que avisa ser vivienda solo para jóvenes dejando a la vista su empinada escalera. Por lo demás muy bien amueblada, confortable, limpia y decorada, una casa de árbol mucho más acorde con las de Tom Sawyer o Tarzán de los Monos que con la de Bart Simpson, nuestro amigo borde y tierno, igualito, igualito que el zángano de su papaíto. Orgulloso de su obra y animado por el éxito construyó Miguel otra vivienda trepadora que comunicó con la primera por medio de una pasarela y que acabó sacrificando en aras de un sustituto de pared rocosa, un rocódromo, del que colgarse los escaladores primerizos, que no sé si les he dicho que este constructor mágico es también monitor de deportes, como no podía ser de otro modo, de aventura y riesgo.. y por eso no es de extrañar que cuando en 2009 dio el paso y fundó empresa propia le diera el nombre de Almería Vertical, evocador de vértigo, y como tal la dedicara a la escalada, el barranquismo, el sendero, la vía ferrata… y otras creatividades como la construcción de cualquier casa arborícola que es una de las maneras más claras de señalar atavismos, recrear nuestro pasado ancestral y simio, de simbolizar nuestra soledad buscada que tiene mucho de independencia, de libertad y de elevación espiritual al irse por las ramas para alejarse del suelo que es por donde reptan los miedos y los peligros.

En 2020 la dichosa pandemia nos impuso el encierro y ya se sabe que cuando el demonio no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo; Miguel, sin guardar parentesco alguno con El Maligno, decidió en vez de hacer, preso, palmas a la luna, dedicar su tiempo a remodelar la casa primitiva para dejarla más bonita que un San Luis, tan atractiva que le han salido muchos novios que han querido, y en eso están, poseerla como residencia aventurera a cambio de cuartos, algo en lo que no consiente su dueño al estimar su alquiler como una especie de ultraje a sus ilusiones. Y ahí anda la casa, firme y segura, cosida a las ramas con las agujas de pino enhebradas con hilos de acero, de tarde en tarde habitada por su dueño, en una paz arbórea solo rota por el griterío desafinado y ordinario de la cotorra argentina siempre cabreada, y con razón, con aquellos tontilocos que contra su voluntad la trajeron de allende los mares para convertirla en plaga y dar la tabarra en tierra extraña.

La verdad es que fue un alegrón lo que me llevé cuando, paseando, me encontré con una casita valiente que se había subido a la copa de un pino. Aunque es cierto que la casa está ligada a un proyecto comercial no van de publicidad ninguna de las líneas de este escrito; no será este el primero ni el último caso en el que un anuncio rebase su mero fin primitivo para convertirse en otra cosa y a la mente se me vienen dos anuncios de bebidas jerezanas: el toro de Osborne, negro como el sobaco de un grajo, y la botella guitarrista, de Tío Pepe, de González Byass, de chaqueta corta roja y sombrero de ala ancha a juego… obras respectivas de pre y posguerra.

Dos diseños que son publicitarios y comerciales, sí, pero también arte, dos icónicas aportaciones a la cultura gráfica que en 1935 y 1940 alzaron el vuelo para enriquecer el horizonte de España y la Puerta del Sol de su capital, tal como en 1998, desde la mente ilusionada y artística de un niño de Almería, echó a volar y se subió a un pino verde la casita encantada de Ciudad Jardín.

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