La mirada zurda
Antonio Guerrero
¿Puede una IA tener conciencia?
La consulta del especialista
HAY disciplinas deportivas en las que la velocidad juega un papel decisivo. El ser el último en pisar el freno antes de una curva, el realizar una trazada imposible o descender a tumba abierta un puerto del Tour de Francia, puede ser la diferencia entre la gloria o el fracaso.
En cada carrera, sobre todo cuando se trata de Fórmula 1 o el mundial de motociclismo, se producen caídas o colisiones, la mayoría sin consecuencias graves. Sin embargo, también hay accidentes con consecuencias desastrosas, incluso mortales. Basta comentar los ejemplos de Robert Kubica el año pasado, que aún arrastra las lesiones tan graves a nivel de su brazo y mano derecha; el campeón del mundo de motociclismo que quedó parapléjico tras sufrir una caída en la que se fracturó una vértebra. Estos días asistimos sobrecogidos a la evolución de María de Villota, tras el accidente sufrido mientras probaba un monoplaza de su escudería. Aparentemente, el accidente no fue a muy alta energía, sin embargo, las consecuencias pueden ser desastrosas, ya que ha sufrido un traumatismo craneoencefálico severo junto a un trauma facial y la pérdida de un ojo, encontrándose sedada y en estado muy grave, aunque estable.
A pesar de las protecciones tan importantes y los controles de seguridad que llevan los vehículos, la resistencia del material de los cascos, tejidos ignífugos..siempre existe la posibilidad de que no sea suficiente y que la energía del impacto sea tan importante que pueda llegar a provocar la muerte.
ENERGÍA CINÉTICA
Tendemos a pensar que yendo a 100 kilómetros por hora, un impacto será el doble de violento que a 50. Pero en realidad será cuatro veces más violento. Esto se debe a que la energía cinética del vehículo no depende linealmente de la velocidad, sino al cuadrado, en base a la fórmula: E = 0,5·m·v².
Por otro lado, la energía no se crea ni se destruye. La energía cinética es la que posee el vehículo por el simple hecho de estar en movimiento. Si ese movimiento se detiene bruscamente (por ejemplo, por un impacto), esa energía se tiene que convertir en 'algo'. Gran parte de esa energía se 'gasta' en convertir el coche en un amasijo de hierros y en provocar lesiones por aceleración/desaceleración en las personas que se encuentren dentro del vehículo.
Por el hecho de ir dentro del vehículo, los pasajeros también tienen energía cinética. Evidentemente, cuanto mayor sea la energía a disipar, más violentas serán las consecuencias. Al doble de velocidad le corresponden cuatro veces más de energía. Al triple, nueve veces más, y así sucesivamente.
Esto también tiene su influencia en la distancia de seguridad. Al frenar el coche, estamos disipando la energía cinética (fundamentalmente, a través del rozamiento con los discos de freno). Lógicamente, cuanta más energía cinética posea el vehículo, más cuesta disiparla y más distancia necesitamos para detener el vehículo. Todo esto se multiplica cuando la energía no se disipa deformando la chapa o el chasis del coche, y el accidentado es un piloto de moto. Eso explica los "vuelos" que realizan algunos pilotos tras un accidente, saliendo despedidos varios cientos de metros, y sufriendo lesiones que normalmente son más graves que cuando es un coche el implicado.
De todas las lesiones, las más temidas son los traumatismos craneoencefálicos.
Los traumas se deben a heridas penetrantes en el cráneo o a la aceleración o desaceleración rápida del cerebro, que lesiona los tejidos en el punto de impacto, en el polo opuesto (contragolpe) y, también, difusamente en el interior de los lóbulos frontales y temporales. El tejido nervioso, los vasos sanguíneos y las meninges se desgarran y rompen, lo cual ocasiona la aparición de isquemia o hemorragia intracerebral y extracerebral y edema cerebral.
Las fracturas craneales pueden dañar las arterias meníngeas o senos venosos grandes, produciendo un hematoma epidural o subdural. Las fracturas, sobre todo las localizadas en la base del cráneo, pueden asimismo producir una laceración en las meninges, originando la salida de líquido cefalorraquídeo (es el líquido en el que "flota" el cerebro y la médula dentro del cráneo y la columna) por la nariz (rinorrea) o el oído (otorrea), o bien la entrada de bacterias o aire en el interior de la cavidad craneal, así como la presencia de salida de sangre por dichos orificios.
A veces, los traumatismos craneoencefálicos asocian lesiones faciales. Como traumatismo facial agudo se entiende aquella entidad clínica, habitualmente de urgencia, que involucra lesiones traumáticas, y sus eventuales secuelas, que se asientan en la cara. Requiere un acercamiento clínico multidisciplinario en un paciente con una gravedad cosmética, funcional y vital variables.
En función de la localización de la lesión en la cara, se pueden dividir en tres regiones:
l El tercio superior o confluente cráneofacial, que incluye los hemisferios orbitarios superiores y sus contenidos, la unión de los huesos propios de la nariz con la cara, los arcos orbitarios del hueso frontal y la fosa anterior del cráneo. Su compromiso en un traumatismo puede involucrar estructuras del sistema nervioso central, los globos oculares, el sentido del olfato, hueso y partes blandas de esta región. -El tercio medio o región maxilar, que incluye los huesos maxilares, palatinos, malares, lagrimales y arcos cigomáticos y estructuras como los senos maxilares y etmoidales, la arcada dentaria superior, las fosas nasales, hemisferios inferiores de las órbitas y su contenido, el paladar duro y blando.
l El tercio inferior o mandibular, que incluye fundamentalmente a la mandíbula, su aparato dentario, el contenido oral y orofaríngeo y las partes blandas perimandibulares.
El tratamiento de estas lesiones se lleva a cabo por el cirujano máxilofacial quien puede considerar necesaria la intervención quirúrgica para reconstruir el hueso fracturado mediante el uso de placas y tornillos.
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