Maratón de Málaga: 29 veces al límite

La consulta del especialista

El maratón siempre ha sido mi refugio, mi forma de mantenerme en pie, tanto física como mentalmente

La mano de Rafa Nadal

El doctor Antonio Ríos posa con su medalla al término de su participación en el pasado maratón de Málaga. / D.A.
Doctor Ríos

20 de diciembre 2025 - 10:20

El reloj marcaba las 8:00 de la mañana, y aunque el sol apenas comenzaba a asomar sobre Málaga, ya podía sentir la emoción que se respiraba en el aire. Hoy, después de tanto sacrificio, tantas madrugadas frías, días sin descanso y un sinfín de compromisos, estaba a punto de comenzar mi maratón número 29.

A lo largo de mis 54 años, he tenido que aprender a gestionar mi vida de manera que el tiempo fuera mi aliado, aunque no siempre lo conseguí. Como traumatólogo, cada día está lleno de consultas, cirugías, diagnósticos y decisiones que pueden cambiar la vida de un paciente. Pero a pesar de todo esto, el maratón siempre ha sido mi refugio, mi forma de mantenerme en pie, tanto física como mentalmente. No se trata solo de correr, sino de encontrar un equilibrio, un espacio donde puedo desafiarme, liberar la mente y seguir siendo yo mismo, más allá de la bata blanca y las responsabilidades de un médico.

El reto de compaginar todo

Como profesional de la salud, no es fácil encontrar tiempo para entrenar, como un malabarista con varios objetos a la vez y que no se caiga ninguno, ya sea familia, trabajo y descanso. Sin embargo, he aprendido a sacar tiempo de donde parece que no lo hay. Los entrenamientos largos a menudo me obligan a madrugar junto con mi amigo inseparable Francis, corriendo en la tranquilidad de la mañana antes de que la ciudad se despierte y antes de que la agenda se llene de citas. Aunque los kilómetros pueden ser difíciles, el compromiso con mi objetivo es lo que me mantiene en marcha.

Es cierto que, como muchas otras personas que llevan una vida a mil por hora, la sensación de estar perdiendo momentos con la familia o de no poder descansar lo suficiente es un sentimiento recurrente. Los fines de semana de entrenamiento se convierten en tiradas de kilómetros interminables, de sacrificio, mientras el resto de la vida sigue su curso. Pero, al final, la maratón es mi forma de mantenerme centrado. Como un médico, entiendo la importancia de la salud física y mental, y correr es mi forma de cuidarme.

El doctor Antonio Ríos junto a Fraskito, su compañero de entrenamientos, al término de la prueba celebrada en Málaga. / D.A.

El día de la carrera: El esfuerzo final

La mañana de la Maratón de Málaga me despertó con una mezcla de emociones. Estaba ansioso, claro, pero también con una profunda sensación de gratitud. Después de tanto esfuerzo y tanto tiempo robado al descanso, sentía que había llegado al lugar donde realmente se forjan los límites: en la línea de salida de la maratón.

Con el disparo de salida, empecé a correr, pero mi mente no se centró solo en el cuerpo y el ritmo. En esos primeros kilómetros, pensaba en todo lo que había tenido que pasar para llegar aquí. Las semanas de entrenamiento, las veces que tuve que decir no a mis propios deseos de descansar o levantarme tarde, a trasnochar después de alguna cena. Como médico, mi vida está llena de situaciones inesperadas, de pacientes con problemas más sencillos y otros complejos, pero la carrera me ofreció una estructura, un espacio donde podía controlar mi destino, un escenario donde las reglas no cambiaban de un día para otro.

Los primeros 21 kilómetros fueron una mezcla de emoción y concentración, mirando el pulsómetro e intentando mantener ese ritmo ensayado mil veces en los entrenamientos. La ciudad de Málaga, con su clima perfecto para correr y la gente animando a cada corredor, me impulsaba a seguir.

Cada kilómetro era un recordatorio de que todo lo que había hecho, desde las primeras carreras hasta ésta, y ese recorrido mental generaba un subidón físico tremendo. Mi cuerpo estaba respondiendo, y la carrera, aunque larga, me ofrecía esa sensación de libertad que solo se encuentra en un recorrido tan personal. Málaga es mi cuarta maratón del año, pero cada carrera es diferente en sí misma, y tanto mi cuerpo como mi mente responden cada vez de una manera.

Un grupo de corredores a su paso por uno de los tramos del Maratón de Málaga celebrado la pasada semana. / Carlos Guerrero

El desafío mental: La resistencia interior

Llegué al kilómetro 30, y la fatiga empezó a hacer mella. No era tanto un cansancio físico, sino un desgaste mental, pero ya me lo conozco. Esa es la maratón y el desafío grande comienza justo ahora. Esos 12 kilómetros finales se unieron a una mañana de viento que comenzó a soplar tímidamente, pero que ahora se nota sobre manera. Desde el Martín Carpena, el viento en contra por toda la costa hasta el centro, le añade un punto más de épica. “Por lo menos no llueve” -me consolaba mientras le daba la vuelta a la gorra para tener que ir a buscarla a Nerja.

A medida que avanzaba, el cansancio se mezclaba con una especie de claridad mental. No se trataba solo de mi cuerpo, sino de la capacidad para seguir adelante cuando todo me decía que me detuviera. Incluso la manera de correr cambia un poco, con los hombros echados hacia adelante como si ellos quisieran llegar antes. En ese momento, no solo corría para mí, corría por aquellos que, como yo, luchan por encontrar ese balance, por sacar tiempo de donde no parece haberlo. Corría para todos los que tienen que ser constantes, aunque la vida se ponga en su contra. Corría por lo que no pueden y matarían por hacerlo, llámense lesionados, ingresados o personas a las que la naturaleza les está ajustando las cuentas de los excesos cometidos.

Los últimos kilómetros: La meta al alcance

Llegué a los últimos 5 kilómetros cansado pero contento: “ésta me la acabo, otra más, madre mía” -repetía en mi cabeza.  El cuerpo ya no respondía con la misma agilidad, pero la meta estaba tan cerca que casi podía olerla, sentirla. En ese momento, no pensaba en el tiempo. Lo único que importaba era llegar, disfrutar del ambiente de la calle Larios atestada de gente que insuflaba ese aliento a los corredores que nos impulsa hasta el final.

Al cruzar la meta, la sensación de gratitud fue profunda, no solo por haber podido completar esos 42 kilómetros y pico, sino porque la maratón siempre ha sido un reflejo de todo lo que hago en mi vida, y de haber tenido salud para entrenar y hoy para correr. He tardado 3 horas y 10 minutos, nueve minutos más rápida que el año pasado. Completarla no es solo una cuestión de resistencia, sino de organización, disciplina y, sobre todo, de saber priorizar lo que consideramos importante. Como médico, he aprendido a valorar cada segundo, cada momento de equilibrio, cada minuto de diversión. Y correr, a pesar de los sacrificios, me ha enseñado que, al final, ese esfuerzo vale la pena.

Lo que significa correr

La Maratón de Málaga fue más que una prueba de resistencia física. Fue un recordatorio de lo que significa encontrar tiempo en una vida ocupada, de lo que implica luchar por mantener la salud, el bienestar y el equilibrio en medio de la rutina diaria. Con cada maratón que corro, no solo me acerco a mis propios límites, sino que también aprendo a gestionar mejor mis prioridades, mis tiempos y mis emociones. Y es que, al final, correr no es solo un deporte. Es una forma de vivir.

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