La pata del diablo y el crucificado del cementerio

En la plaza de la Administración Vieja, frente al cuartel de la Guardia de Asalto (antes colegio de La Inmaculada y ahora UNED), las llamas ardientes consumieron la memoria de Las Puras

La pata del diablo y el crucificado del cementerio
Antonio Sevillano

28 de agosto 2015 - 01:00

DESAPARECIDOS los valiosos documentos, las vivencias y recuerdos personales transmitidos de monja a monja, de generación en generación, llegaron hasta sor Encarnación Cintas, quien los reflejó en unas "Memorias del Convento". Aunque en determinados pasajes existan desajustes en nombres o fechas, perdura lo esencial de la noticia. Paralelo a la reglada actividad cotidiana durante cinco centurias ininterrumpidas en Almería, a intramuros han sucedido cosas y casos difíciles de explicar desde la lógica elemental. Llámenles como quieran: revelaciones, superchería, turbación del ánimo o exaltaciones místicas. Aunque hay más, vuelvo a seleccionar dos de ellas. La segunda mantiene un claro paralelismo con el Cristo del Portal; pintura al óleo en una capilla de la calle Real, particular y lamentablemente oculta al público.

Antaño era costumbre en Las Puras celebrar los acontecimientos importantes rezando la noche de vísperas en el Coro bajo (iglesia), pero siempre un mínimo de dos. Ocurrió que una hermana con problemas familiares le pidió a la abadesa quedarse hasta la media noche con el Señor. Así lo hizo. Cuando la que lo solicitó subía por la escalera de caracol del torno de regreso al dormitorio, notó que alguien le seguía con rápidas y fuertes pisadas. Volvió la cara y vio una cosa horrible: un animal indefinible, con los ojos desprendiendo intensas luces verdes. Echó a correr y ya en la puerta del locutorio, al notar que el monstruo se le echaba encima, con el crucifijo le hizo la señal de la Cruz y el bicho se tiró por la barandilla de madera, "rompiéndola y cayendo al Claustro, donde están las pisadas". La losa en que supuestamente se marcaron las indefinibles huellas estuvo a la vista hasta las reformas que en los años sesenta hizo el arquitecto Antonio Góngora en el convento.

Situado en una de las crujías del claustro meridional, en un ángulo y a los pies de la torre-campanario mudéjar, al pequeño habitáculo que sirve de enterramiento a las religiosas (y a alguna seglar) se entra a través de una portada en piedra de estilo gótico tardío. En ocasiones sirvió de Coro a las monjas, quienes participaban de la misa tras una reja que comunicaba a la iglesia (en el siglo XVIII-XIX el Sagrario se hallaba en la antigua capilla de San Roque). El recinto funerario lo preside la pintura de un Crucificado de gran formato y guarda otra curiosa leyenda. El caso se reseñaba -sin datación de fecha- en el Archivo y lo refrendaban con sus firmas la abadesa y consejeras.

El obispo impedía a una novicia profesar por carecer de la dote obligatoria, medio económico, junto a las limosnas, de subsistencia. En precaria salud y viendo que su situación no tenía visos de solucionarse, decidió marcharse a su casa en la provincia. Solicitó un último favor: quedarse la noche previa orando en el cementerio, alumbrado solo por un "carburo". A la mañana siguiente, cuando la comunidad desayunaba, llamaron al torno y un hombre, no identificado por la portera, dejó un (sic) sobre con la indicación: "Para una dote", ¡conteniendo diez mil maravedíes! No salían de su asombro cuando la novicia pidió que las acompañasen: en la pared principal había dibujado un Cristo de hermosas proporciones. Ora et labora. Los rezos fervorosos y el carboncillo hicieron el resto. "Toma tu dote, es el precio del milagro que Dios te ha concedido". Después le tallaron un retablillo sobre tabla y terminaron de policromar el boceto a lápiz (anónimo) sobre el anterior. Retocado en septiembre de 1897, durante la guerra fue respetado.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último