Uno no se da cuenta de la 'marcheta' que lleva la vida, lenta pero constante como cuando Induráin subía los puertos, hasta que de vez en cuando, sin planificación previa ni motivo, se para en algún descansillo improvisado de la vida y contempla lo que lleva subido. Y son ya unos pocos años en esta profesión, con sus eneros y sus febreros. Sus agostos y diciembres. Tengo miles de recuerdos bonitos y etapas chulas que no cambiaría por nada, y sin necesidad de elegir a una o a otra, sí me enorgullezco de que aquellos nueve meses en Almería, cuando ni siquiera había finiquitado la carrera e internet todavía no había empezado a dejar de ser ciencia ficción, fueran maravillosos e inolvidables.

Gracias a aquel becariato en La Voz conocí a varias personas de esas que te calan hasta los huesos, por la razón que sea. De esas que te influyen y te alegran. Que te marcan. Y, como Edu, Ambrosio fue uno de ellos. Y es que no podía ser de otra manera. De hecho, no creo que haya habido nadie en la vida que haya estado cierto tiempo cerca de Ambrosio y que no le haya jurado amor para los restos.

Recuerdo que nos echábamos muchas risas contabilizando las 'placas' que el bueno de Ambrosio llevaba recopiladas, concedidas por múltiples y variopintos colectivos a lo largo de los años en gratitud por su cariño, por hacerles hueco en el periódico cuando nadie les hacía hueco en ningún sitio. Vendiendo el éxito que nadie vende. Estando donde nadie está. Sonriendo. Porque si algo tiene bonito Ambrosio, además de su corazón y su mirada honesta y luminosa, es su sonrisa.

La Diputación Provincial concede esta tarde el Escudo de Oro de la provincia de Almería a Ambrosio Sánchez Amador como reconocimiento a toda una vida de entrega a su pasión comunicativa y de contribución al engrandecimiento de la provincia. No creo que pueda haber una placa mejor para ti, querido Ambrosio. Ni tampoco un mayor merecimiento que el tuyo. Enhorabuena.

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